jueves, 25 de febrero de 2010

El niño del pífano (II)

VÁZQUEZ Y DECORO


En el emergente escenario de la prensa alternativa cubana, el Grupo de Trabajo Decoro exhibía características distintivas. Varios de sus miembros practicaban un periodismo a ratos transgresor, más reconcentrado que informativo, en el que ciertos giros y tópicos revelaban la ascendencia literaria de sus autores. Además, en su nómina fundadora predominaban los jóvenes. Luego algunos de ellos abandonarían la agencia —y/o la disidencia— a raíz de la promulgación de la Ley 88 o Mordaza, espada de Damocles para quienes, inicialmente, habían creído descubrir una brecha en la intolerancia del castrismo. La oleada represiva de marzo de 2003, con base en la mencionada Ley, justificaría sus temores.

El episodio de la Ley Mordaza estuvo adicionalmente jalonado, en el caso de Decoro, por la irrupción de la CNN en la sede del Grupo, con la periodista Lucia Newman a la cabeza. Ocurrió la mañana de la promulgación oficial del decreto; la reportera estadounidense aún no había conseguido localizar a ninguna agencia de periodismo independiente cuando Osvaldo Alfonso Valdés, esposo de Claudia Márquez Linares y presidente del Partido Liberal Democrático de Cuba, me preguntó si la CNN podía filmarnos -en aquella época transmitíamos nuestros artículos desde mi casa-. El espectáculo de varios periodistas extranjeros desembarcando sus enseres en una callecita de Centro Habana, desde uno de esos autos que ruedan la capital como fantasmas del futuro y bajo el cielo encapotado de la curiosidad cederista, aterrorizó a alguno que otro; entiéndase lo que ello significa en sociedades totalitarias como la cubana, saturadas por la omnipresencia de la policía del pensamiento. Y sin embargo, con Vázquez frente a las cámaras todo fluyó sin mayores contratiempos.

El magisterio de Vázquez tenía asiento en la naturalidad de su liderazgo. Lo ejercía a la manera de quien vive una aventura conformada por muchos pequeños episodios sucesivos, y se regodea en ella. En un contexto marcado por el miedo y la suspicacia, su modo de desempeñar la disidencia y dirigir Decoro —locuaz, dicharachero, amable— infundía tranquilidad y generaba confianza. Tanto desde un punto de vista personal como profesional. En este último sentido, su labor se concentró en limar las asperezas de los más inexpertos —entre los que yo mismo estaba—, priorizando siempre las columnas vertebrales del oficio: la claridad al informar más la autenticidad de lo informado.

EL NIÑO DEL PÍFANO

Mi última etapa en Decoro coincidió con la entrega seriada, por parte del poeta a la agencia Cubanet, de la novela "El niño del pífano". Quiero cerrar con esa imagen, particularmente sugestiva. El libro cuenta, desde un lirismo de alto contenido alegórico, la historia de un periodista a la caza de vivienda en la Cuba de las microbrigadas. Enmanuel, protagonista de la novela que escribe dentro de la novela de Vázquez el periodista protagonista de la novela de Vázquez, resulta ser, a fin de cuentas, el propio periodista… y el autor. El autor que todos los martes —¿o lunes, o miércoles?— dictaba sus crónicas y los capítulos de su novela contra el auricular de un viejo teléfono habanero, mientras del otro lado de la línea, en Miami, Rosa Berre los transcribía. El autor que hacía y entregaba su obra jubiloso, con el entusiasmo o el deslumbramiento del niño que recibe un juguete nuevo, fulgurante. Que sopla sobre él y hace música.

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Ser culto es el único modo de ser libre. Ser bueno es el único modo de ser dichoso.
J. Martí

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