viernes, 6 de agosto de 2010

R.U.Y.


R.U.Y. O LA REVANCHA DEL AGUA
Por Enrique del Risco


Aquí va una (muy breve) reseña que hace rato me debía:

R.U.Y. o la revancha del agua

La historia de la novela cubana es, en alguna medida, la de la expansión de La Habana. Cecilia Valdés, Paradiso, Tres Tristes Tigres son, entre tantas cosas, tres instantes del desplazamiento de la ciudad hacia el oeste en el espacio y hacia el presente en el tiempo (las incursiones campo adentro de Arenas y las de Carpentier en el entorno antillano pertenecen a otras direcciones de la novela nacional). César Reynel Aguilera con R.U.Y., su magnífica primera novela, reclama su pertenencia al linaje de cartógrafos (bojeadores de una realidad histórica al mismo tiempo que perversamente geográfica) del que son parte escritores tan distintos como Villaverde, Lezama Lima y Cabrera Infante. Si Cecilia Valdés se concentraba en la Habana intramuros, Paradiso extiende buena parte de su trama urbana en el espacio que va desde Prado a colina universitaria y Tres tristes tigres acampa mayormente en El Vedado R.U.Y. es la primera gran novela cuyo centro se halla en la orilla izquierda del Almendares, junto a la costa, allí donde la ciudad prueba nuevas opciones de incivilización. (Cierto que en Paradiso y TTT se hacían incursiones al ya no tan lejano oeste -el campamento de Columbia en el caso de la primera, ciertos antros de las playas de Marianao- pero tenían más de atrevimiento en los márgenes rurales, de escape, que de profunda colonización literaria).

R.U.Y. respecto a las anteriores también es más cercana en el tiempo sin ser inmediata: pertenece en lo fundamental a ese espacio apenas recorrido del pasado que va desde inicios de la década del 70 (más o menos donde termina Las iniciales de la tierra) hasta finales de la siguiente. Sus primeras páginas pueden remitir a la novela de Jesús Díaz en su intento de sincronizar el relato personal y el histórico pero muy pronto Aguilera se sacude de esa tentación. Su relato de la transformación de un grupo de niños en adultos evita sin demasiado esfuerzo la servidumbre a una cronología ajena, como anunciándonos un fundamental cambio de los tiempos: la voluntad de crear personajes que no definan sus vidas recortando su perfil contra el fondo de la Historia sino que, lo quieran o no, son responsables –aunque no necesariamente únicos- de su existencia.

Pero todo lo anterior es lo más mezquino que se pueda decir de R.U.Y. porque su principal valor no estriba en sus virtudes topográficas, su posición dentro de la historia literaria local o su indiferencia hacia la otra Historia. Tampoco lo es el repertorio de situaciones que la ubicarían dentro del género neocostumbrista: el folklor escolar, las peleas, el contrabando, la pesca furtiva, las escuelas al campo, los deportes callejeros, las diferentes festividades o los cultos afrolocales. Todo esto no es más que aderezo que acompaña y matiza nuestro acercamiento al centro de la novela que no es ni más ni menos que el de cualquiera otra buena novela: la tragicomedia de vivir. Personajes a los que se termina queriéndolos o se despreciándolos como si fueran vecinos de toda la vida. Entre estos ningún caso más ejemplar que el del protagonista. Este encarna una variante inteligente y educada del “bicho cubano”: el tipo que –literalmente en este caso- “se las sabe todas”, simpático y fecundo en ardides como Ulises y sin otro centro que la amistad o el dinero.

Tal parecería que estamos asistiendo al espectáculo frecuente del autor que proyecta la idea que tiene de sí como modelo de superhombre. Pero no. La inteligencia sutilísima con que Aguilera conduce la trama y a cada uno de los personajes nos evita asistir a la penosa procesión de las frustraciones de un autor revertidas en superpoderes de su héroe. R.U.Y. –como la vida misma y no como las fábulas pedagógicas- va poniendo cada cosa en su sitio que nos es otro que el de la incertidumbre del que no tiene otra coartada vital que mantenerse a flote hasta que el agua termine por cubrirlo.
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(Tomado del blog de ENRISCO)
Gracias.
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Ser culto es el único modo de ser libre. Ser bueno es el único modo de ser dichoso.
J. Martí
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