domingo, 26 de diciembre de 2010

UNA ESCALERA AL CIELO


Queridos amigos,

Acaba de publicarse Una Escalera al Cielo, del Dr. Manuel Villaverde, quien en esta incursión literaria agrega una serie de vivencias personales al vasto arsenal de denuncias sobre la tragedia cubana. Una exposición original que merece ser conocida.


Puede adquirirlo en www.alexlib.com/escalera


Apenas siete años después de haber llegado a los Estados Unidos, después de más de 25 años de su vida tratando de romper todo vínculo con la Cuba de la tiranía actual, el Dr. Manuel Villaverde ha logrado no sólo revalidar su título y empezar a trabajar en su carrera de Medicina, sino que encontró el tiempo necesario para escribir un libro con relatos reales propios y de amigos y conocidos.

Fue principalmente la experiencia del Servicio Militar Obligatorio y la consecuente deserción de un grupo de amigos hacia el exilio, para tratar de abrirse paso a una nueva vida…, en el año 1989, la fuente de las historias que componen este libro.




Fragmento del Capítulo Despedida de Fuego
Un sordo y único martillazo resonó en medio de la oscuridad y el silencio seguido de un susurrado silbido que terminó en un quebrar de madera. Nos preguntamos en silencio, qué podía ser. Otro martillazo similar nos dio la respuesta, nos disparaban. No nos percatábamos de dónde venían los tiros, salté fuera del bote. Mario disparó una ráfaga que provocó la respuesta de quienes nos disparaban. Iván me había seguido dentro del agua, El Loco se había tendido en el fondo del bote súbitamente y no se movía. Mario volvió a disparar, ya habíamos localizado los tiros, venían de la misma orilla por la que navegábamos, traté de internarme en los arbustos, tratando de sacar los pies, del pastoso fango que parecía abrazarlos y llevárselos al centro de la tierra. A lo mejor en otra situación esa húmeda y tierna caricia del fanguero, hubiese sido algo agradable, ahora era un abrazo mortífero mientras trataba de tomar una posición dejando al azar el salir ileso. Me tiré de espaldas en el mismo fanguero, Iván ya se había escondido tras unos pedazos de metal y una rueda de camión vieja, a los que les crecían yerbas. Disparé a ciegas, Mario había encendido el motor pero no veía a nadie en el bote, una ráfaga vino de la orilla opuesta a levantar agua y fango a escasos centímetros de mí. La luz me permitió dirigir mi disparo, me moví inmediatamente hacia un lado. En la concavidad que mi cuerpo había dejado en el fango, se alojaron dos disparos, Iván se irguió llevándose la culata desplegada al hombro y apuntando como si estuviese en un tranquilo campo de tiro, disparó un rafagazo que se perdió entre las plantas de la orilla contraria..., silencio...

—Lo jodí. Susurró Iván como hablando consigo mismo.

Mario salió se irguió, estaba hundido en el lado de estribor del bote. Nos llamó.

—¡Denle cojones!, ¡Jodieron al Loco!

Fue como un botón que me desconectó de mi cuerpo, quería avanzar, decir algo, pero no podía.

—¡Apúrense! Gritó Mario sacando por la borda al Loco.

Iván me agarró por el brazo, volvió a mover el interruptor ha cia el lado de encendido.

—¡De pinga mi socio! No quería que pasara nada, el pescador maricón nos echó pa’lante. Le dije.

—Seguro, pero aquí todos sabíamos a lo que veníamos. Vamos.

Nos movimos hacia el bote tan rápido como pudimos, subimos. Mario aceleró hacia la desembocadura, la velocidad de la embarcación era poca y nos parecía todavía más lenta. No podíamos seguir con nuestro plan, la “Grifin”, como se conocía popularmente la lancha de guarda fronteras, vendría en nuestra búsqueda. Mario seguía adentrándose en el mar, ya habíamos pasado la desemboca dura y en la Marina Hemingway la música seguía ininterrumpida, como si no hubiesen muerto tres hombres.

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