sábado, 3 de septiembre de 2011

Memorial de un testigo




Sigo con mi particular homenaje a Gastón Baquero, hoy mediante un artículo recopilado del viejo "cubaencuentro.com", que nos habla de su libro "Memorial de un testigo".
...a la espera de que algún editor inteligente se dedique a reeditar su obra.


MEMORIAL DE UN TESTIGO
Gastón Baquero

por C.E.D.
[Procedente de "Encuentro en la red]
2 de abril de 2002


El libro más famoso de Gastón Baquero es el título escogido por el poeta e investigador Emilio de Armas. Para él, se trata de uno de los libros más significativos de la literatura cubana moderna, en el cual la cristalización milagrosa de un desembarazo casi adolescente se combina con esa madurez atemporal que irradia la gran poesía.

La palabra en estado de plena liberación

El año de 1966 vio la publicación de dos de los más significativos libros de la poesía cubana moderna: El oscuro esplendor, de Eliseo Diego, y Memorial de un testigo, de Gastón Baquero. El primero apareció en la Isla; el segundo, en el exilio español al que su autor se había acogido desde 1959. Ambas obras coinciden en su extraordinaria recreación de la realidad a partir de la memoria: en El oscuro esplendor, esta recreación es radicalmente nostálgica; en Memorial..., en cambio, la memoria se proyecta hacia el pasado y el futuro, como una fuerza capaz de apoderarse de lo vivido para integrarlo vitalmente a la experiencia.

Si en El oscuro esplendor se encuentra la palabra en plena gravitación en torno de los seres y las cosas, en Memorial... se descubre la palabra en estado de plena liberación. Recordemos que en Palabras escritas en la arena por un inocente, de Baquero, la voz coral congregada en torno al niño había sentenciado: "Dejemos vivo para siempre a ese inocente niño./ Porque garabatea incesantemente palabras en la arena./ Y no sabe si sabe o si no sabe./ Y asiste al espectáculo de la belleza como al vivo cuerpo de Dios". Quien habla ahora —el "yo poético" de Memorial...— es aquel mismo "inocente" que antes había escrito sus palabras en la arena. El tono del libro de Baquero proviene directamente de la novena sección de Palabras escritas..., donde las limitaciones del tiempo real y del tiempo histórico son trascendidas a favor de un diálogo en el que todas las voces parecen congregarse en un presente eterno: "Estamos en Ceylán a la sombra crujiente de los arrozales./ Hablamos invisiblemente la Emperatriz Faustina,/ Juliano el Apóstata y yo./ Niño, dijeron, qué haces tan temprano en Ceylán,/ Qué haces en Ceylán si no has muerto todavía".

En Memorial... aquel niño que no ha "muerto todavía" regresa para redactar un manuscrito sin principio ni fin, pues cada poema del libro no es sino expresión de una voz que se ha hecho una con el tiempo, libre ya de concreciones geográficas, y pendiente por igual de la muerte de los seres y las cosas como de la permanente resurrección de la vida: "Cuando Juan Sebastián comenzó a escribir la Cantata del café,/ yo estaba allí:/ llevaba sobre sus hombros, con la punta de los dedos,/ el compás de la zarabanda".

Ausente de Cuba desde 1959, Gastón Baquero regresaba a ella en este libro como han tenido que regresar otros muchos poetas de la Isla: convertido en pura palabra, ya sin las apoyaturas de la voz, el gesto, la sonrisa, el traje o el sombrero; de todo eso que le sirve al hombre para ocupar un lugar en el tiempo y el espacio en medio de sus semejantes. Como palabra pura, pues, era preciso recibirlo y leerlo.

Memorial... llegaba a Cuba, además, como una especie de contrabando poético, en lo cual veo una broma del azar, no de la voluntad; pero una broma que mucho habría complacido a su autor, de ser consciente de ella: por el peso, por el color, la densidad y el tamaño, aquel pequeño volumen de Ediciones Rialp, en la Colección Adonais, parecía una de esas primeras publicaciones con que sueñan los poetas jóvenes. Para un lector cubano que simplemente no hubiera tenido acceso a la obra anterior de Gastón Baquero —ya por entonces totalmente "inencontrable" en las librerías de la Isla—, Memorial... podía parecer, efectivamente, la cristalización milagrosa de un desembarazo casi adolescente, unido a esa madurez atemporal que irradia de casi toda gran poesía. Y se me ocurre ahora que el rapto de juventud que arrastra consigo la palabra de Memorial... no es otra cosa que el resultado verbal de una libertad esencial y consciente de sí misma. La voz poética de Baquero —totalmente ajena al hervidero de consignas que resonaba en Cuba— parece asumir aquí una elasticidad gimnástica, que le permite extenderse ante el lector con la burlona y enigmática sabiduría de un gato, un gato majestuosamente perezoso que de repente se arroja sobre su presa. Por supuesto, el gato en que pienso no puede ser más que un personaje literario: se trata del enigmático gato de Alicia en el país de las maravillas, ejemplo de fantasía hasta el delirio, libro tan cercano —por su incesante rechazo de la causalidad racionalista— a la voz testimonial que anima la poesía de Gastón Baquero.

Pero si el aspecto del libro favorecía su involuntario efecto de contrabando poético, mucho más lo hacía su título: la expresión Memorial de un testigo remitía de inmediato, en aquella época, al campo de resonancias de la literatura comprometida, sobre todo en Cuba. Testigos y testimonios los hubo, en efecto, por todas partes, pero casi todos ellos —los unos y los otros— parciales y comprometidos a priori con alguna "Gran Causa", la cual era preciso escribir con mayúscula y defender con cierto rigor. Éste no: éste es un testigo que pasa entre los dorados salones vieneses y las tabernas del puerto como un visitante al que nadie invitó, y que no está obligado a dar las gracias ni a despedirse con reverencias. Irreverente, pues, para decirlo con un calificativo que ya casi no dice nada de tan manido que se ha vuelto. Pero irreverente de verdad, con la irreverencia sonriente del hombre que ha aprendido su libertad en rima consonante con su dignidad, estoico, angustiado, irónico y afable; no con la irreverencia del esclavo que se sacude abruptamente y quiebra el ámbito que le aprisiona, y que él no es capaz de poseer y de habitar.

Este testigo, en cambio, posee cuanto va tocando su palabra: es un señor que sabe tomar las cosas en su mano para sentirles el peso exacto, la textura, el frío o el calor de su materia, y que después las deja donde estaban, al alcance de otros y de todas las manos, porque la belleza no es de nadie, pero está a la vista de todos. Como encarnación de esta belleza, Baquero escoge la imagen de la rosa, uno de los tópicos más recurrentes de la poesía occidental, y elabora en torno de esta imagen —reviviéndola en un ejercicio de eficacia expresiva que termina por hacer de la rosa un símbolo de la poesía, inagotable siempre y siempre idéntica a sí misma— su Discurso de la rosa en Villalba, poema que cierra Memorial de un testigo.

Sólo al final del poema, nos damos cuenta de que la rosa no ha sido un pretexto para la creación de un texto cuya belleza verbal —librada a la memoria y al olvido del tiempo— se convierte en un equivalente de la rosa efímera a la que el poeta se refiere con un insistente "yo vi... yo vi", como si tuviera necesidad de afirmar su condición de testigo que posee a través de la mirada lo que nos entrega por medio de la palabra. Sólo ahora, repito, nos damos cuenta de que la rosa, en realidad, no importa, o importa sólo como una clave —es decir, como una llave— para entrar "en ese rincón de la memoria que va a sobrevivirnos/ y a mantener en pie la luz de nuestra alma cuando hayamos partido".

He aquí lo que verdaderamente importaba al poeta: "la luz de nuestra alma cuando hayamos partido". En torno de esta luz giró la poética de Gastón Baquero.

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Ser bueno es el único modo de ser dichoso.
Ser culto es el único modo de ser lbre

- José Martí
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