domingo, 2 de octubre de 2011

El justo tiempo humano




Uno de los libros que más me ha ilusionado encontrar en este viaje.
Por otras incursiones en las librerías de La Habana ya creía que era imposible encontrar en Cuba alguna publicación de Heberto Padilla.

Lo encontré en una preciosa librería -de libros de uso- de la que proximamente daré referencia en mi blog.
Me complace compartir con ustedes la felicidad de este hallazgo.

EL JUSTO TIEMPO HUMANO
Heberto Padilla

Ediciones Unión
La Habana, Cuba.
Primera edición: 1962
Segunda edición: 1964
133 páginas
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Lean este precioso artículo de referencia:

EL INJUSTO TIEMPO HUMANO
Por Germán Castro, Cuba Free Press

La Habana, Cuba Free Press.— Hablemos esta vez de un libro de poemas escritos por un hombre –Heberto Padilla-- condenado por los tribunales inquisitoriales de la revolución y, por ello, condenado él mismo. De ahí que a pesar del silencio que lo envuelve el poeta exhale un encanto sobrecogedor.

No obstante, hablar de un libro que se publicó hace 37 años y hacerlo sin que el motivo sea, al menos, su reedición puede parecer una tarea carente de sentido. Pero no. "El justo tiempo humano", además de poseer el hechizo que le confiere esa maldición ofrece claves interesantes para autocomprendernos. Su valor, por tanto, es atemporal. Su relectura le da un aura contemporánea.

Libro constituido por poemas que, según palabras del autor, "nacieron en países diferentes y en fechas distintas entre los años 1953 y 1961". Fue redactado hasta 1959 en el extranjero y a partir de entonces en la isla, cuando Padilla regresó para trabajar en el periódico "Revolución".

Con tales premisas, se comprenderá mejor por qué estos poemas describen una trayectoria helicoidal inconclusa, de modo que siguen la curva del deseo y de su ruptura a través o a causa del hecho histórico.

Parten de un verso desgarrador que fermenta ya con ese anhelo: "No te fue dado el tiempo del amor…" Y es este el techo que cubre el resto de las líneas, extendiéndose como una sombra letal y resolviéndose en el conjunto a modo de una angustiosa pasión. Desde ese primer verso y en todo el poema inicial "Dones" hasta que finaliza la segunda de las tres secciones que conforman el poemario lo único que posee realmente son sus carencias y en el último "El árbol" en cambio su posesión es la esperanza, la riqueza de los desposeídos. Antes y después continúa desnudo.

"A medianoche, callado y pálido", diría. Y haciéndose esta pregunta: "¿Qué signos buscabas en el cielo?" O aún más crudo: "No te fue dado (…)/ sino el año harapiento, libidinoso/ en que se queman tus labios con amor."

Algo, por cierto, que le viene de la infancia: "Nunca nos detuvimos en la dicha/(…)/¡Cómo nos pesa la nostalgia y adiós preferido con rabia/ mientras nos mira imperturbable/ el hombrecillo constante de la miseria!/(…)Los códigos se hicieron/ para estos sobresaltos".

Y en tales códigos hasta la dicha es tramada "como una sombra clandestina" y el padre va desnudo como la muerte y le tiemblan los huesos de la cara "ya un claro espanto en la memoria".

La guerra, por otra parte, sólo sirve para "revelarnos/ y habituarnos a una derrota". Todo dentro del mismo vacío.

Por eso es fácil comprender la tercera y última sección del libro. El cambio ostensible de tono y la contracción notable de la calidad.

Encandilado –derrotado otra vez— por el fuego de la revolución dibuja con premura la escurridiza silueta del espejismo. Con la frivolidad de la violencia exclama: "Ya hemos justicia". En un coro donde lo acompañan millones de compatriotas. Es arrastrado con casi todos por la promesa: "Plantaremos el fuego alto, muy alto./ Lucharemos hasta inundarnos de amor". Entonces es cuando afirma: "El justo tiempo humano va a nacer". Obsérvese bien: "Va a nacer", luego, no ha nacido.

Estamos, por tanto, todavía únicamente ante el deseo y como dijera Thomas Mann, "…el hombre se empeña no sólo en lo que desea sino en el mismo desear." Aún permanecemos a la sombra del primer verso ("No te fue dado el tiempo del amor"), en el naufragio, náufragos que vemos en la esperanza la tabla de salvación.

Y allí termina por ahora la curva de esta aspiración. El resto se completó en la vida y en otros libros del propio Heberto Padilla. Muchos, por temor a la desilusión –como también advirtiera el escritor alemán—,"es decir: a ser privados del engaño" continuaron la farsa. El poeta no.

En este mismo cuaderno había escrito un poema "En la corte de Luis XIV" que devino oráculo: "… el poeta frondoso arde quemado/por las nuevas disposiciones./Para el poeta admitido tres estatuas, una caverna al sur de Italia/ y todos los viajes…" El no lo fue.

Se marchó de Cuba cubierto aún y tal vez para siempre con el estigma de aquel primer verso. Partió como lo ha hecho al menos la quinta parte de la isla y como desean hacerlo otros –cualquiera sabe cuándo— por idéntico motivo: a ninguno le fue dado, realmente, el tiempo del amor.

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