martes, 23 de agosto de 2011

Perdido en Buenos Aires






Aprovecho la ocasión, a través de un contacto con Facebook, para volver a reproducir esta entrevista que en su día -10·12·2009- fue publicada por Club de Ajedrez Lin Ex, de Extremadura. La cuidadosa elaboración de la entrevista y la calidad del libro en cuestión lo merecen.

Ya sería hora de que la obra de Antonio Álvarez Gil tuviese en España la difusión adecuada.
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PERDIDO EN BUENOS AIRES

El escritor cubano Antonio Alvarez Gil ha ganado el Premio Vargas Llosa de novela 2009, concedido por la Universidad de Murcia y Caja Mediterráneo, con la obra "Perdido en Buenos Aires", que trata sobre el duelo legendario en el año 1927 con el título mundial en juego entre José Raúl Capablanca y Alexander Alekhine.

A decir del jurado, esta novela es “excelente” y además “es también una novela de intriga”. Alvarez Gil recrea con rigor y con un depurado lenguaje la caída de Capablanca, pero también el fascinante ambiente del Buenos Aires de los años veinte. Este escritor reside actualmente en Suecia y ha publicado cuentos y novelas en España, Italia, Suecia, Estados Unidos y diversos países latinoamericanos, en los que ha obtenido numerosos galardones literarios.

A continuación la entrevista:



La obra “Perdido en Buenos Aires” le ha supuesto una considerable labor de investigación sobre Capablanca y Alekhine, sobre el Buenos Aires de los años veinte, sobre el ajedrez en sí… ¿Por qué se embarcó en la difícil empresa de escribir esta novela?

La idea de esta novela me llegó de un amigo cubano que es un experto jugador de ajedrez. De sobra es sabido que el nombre de José Raúl Capablanca suscita un gran interés en mucha gente a lo largo y ancho del mundo. Y los cubanos –pienso que todos los cubanos- sentimos por él un orgullo casi innato. Este amigo, que vive en Miami y se llama Iván Pérez, es un gran admirador de nuestro insigne compatriota y estaba obsesionado con verlo cobrar vida en una novela. Yo, sin embargo, no me sentía en condiciones de enfrentarme al reto.

Me parecía que Capablanca era demasiado grande y conocido, y que el hecho de presentarlo como un personaje de ficción estaba por encima de mis posibilidades como creador de figuras y caracteres humanos. Así las cosas, durante varios años estuve dándole de lado a la idea de Iván. Sin embargo, cuando hube terminado la novela anterior a Perdido en Buenos Aires, mi amigo volvió a la carga con su propuesta. Esta vez acepté, en parte porque no tenía ideas para el tema de mi próxima obra. Entonces hice una investigación previa sobre la vida de Capablanca y decidí profundizar en su derrota en Buenos Aires. Me pareció que era la parte más dramática de su vida, y que la novela, si lograba escribirla, podía resultar interesante y enjundiosa. Había llegado la hora de hacer un viaje a Miami y recibir asesoramiento ajedrecístico de Iván. Cuando me reuní con él, insistí en mi idea de centrarme en la disputa del título en 1927 y la derrota de nuestro compatriota ante Alekhine.

Por otra parte, el Buenos Aires de los años veinte, con sus revistas musicales, sus cafés de tango y con su riquísima vida nocturna y su bohemia, me brindaba la posibilidad de recrear un mundo deslumbrante, un mundo al que –lo comprendí enseguida- Capablanca no pudo resistirse. Si a mí en Estocolmo y tantos años después me había encantado de esa forma, cómo habría podido un hombre como José Raúl Capablanca sustraerse al influjo de aquel escenario. En fin, a mi regreso a Suecia me puse a trabajar en serio. Primero, desde luego, en una intensa y profunda investigación; luego esbocé un plan de la trama, me metí en la piel de Capablanca y me senté a escribir. Entonces el proceso marchó de un modo rápido y fluido.

Tradicionalmente se ha pensado que Capablanca afrontó la defensa de su título con excesiva despreocupación. Usted ha estudiado a fondo a los personajes para escribir su libro, ¿coincide con esta opinión?

Sí, desgraciadamente, eso se ajusta bastante a la realidad. Al menos a la realidad que yo pude establecer según las investigaciones que realicé. A mi modo de ver, esta despreocupación tenía su origen en varios hechos, unos de carácter profesional y otros no tanto. Como es sabido, antes de la disputa de la corona mundial en Buenos Aires, se celebró en Nueva York un torneo entre los posibles candidatos para jugar el match con Capablanca. De ese certamen saldría el retador. Capablanca resultó invicto, con unos resultados inmejorables. Alekhine quedó en segundo lugar, con varios puntos por debajo del cubano. En general, Alekhine no había podido ganarle nunca una partida a Capablanca, hasta que lo hizo el día del debut en Buenos Aires.

El campeón estaba tan confiado en su superioridad ante el jugador ruso-francés, que mientras este último llegaba a la capital argentina en compañía de su esposa y con una semana de antelación, Capablanca tomó un vapor que lo llevó a una extravagante gira de exhibición por algunas ciudades de la costa brasileña. Luego arribó a Buenos Aires, envuelto en un aura de triunfador eterno que habría de conservar incluso ante las decenas de periodistas con los que compartió una rueda de prensa la víspera de la inauguración del campeonato. Allí, respondiendo a una pregunta de un periodista, llegó a decir incluso que trataría de que el encuentro resultara abundante en tablas, de modo que su estancia en Buenos Aires no fuera demasiado corta. Así podría disfrutar un poco más del encanto de la ciudad porteña. Como es conocido, su deseo se cumplió con creces, sólo que en su perjuicio.

¿Qué retrato personal hace de Capablanca, especialmente en el momento de encajar su derrota?

Capablanca, como se sabe, era un hombre de una gran simpatía personal. Era amable con todo el mundo y tenía un trato muy cordial, lo que le abría las puertas de las principales casas o entidades en los lugares que visitaba. Por otra parte, aunque estaba acostumbrado a triunfar, se dice que sabía encajar las derrotas, como las seis que sufrió en Buenos Aires. Según lo que yo he podido establecer por lo que he leído sobre él, hubo un momento, hacia las partidas finales del match, en que estaba totalmente destrozado. Aun así, logra levantarse y presentar batalla hasta el final. Esto habla de su carácter de triunfador nato. Desgraciadamente para el cubano, Alekhine no pensaba soltar la presa que había logrado afianzar antes.

Además, Capablanca jugó casi todo el match sin estar en su mejor forma física o mental. Se sentía cansado, y se sentía menos hábil y fuerte que antes. En general, según sus propias reflexiones de entonces, desde hacía unos años experimentaba un bajón en sus capacidades intuitivas, que fueron siempre su arma más potente. Por último, Capablanca reconoce en algunos de sus comentarios posteriores a la resolución del encuentro, que lo había perdido más bien a causa de sus propios errores antes que por los méritos netos del contrario.

Con respecto a cómo encajó la derrota final, pues con cierta resignación, pero también con ecuanimidad. Entre otras cosas, reconoce que Alekhine había ganado en buena lid y que el maestro ruso sería un digno campeón. En mi novela, él realiza un análisis más detenido de las circunstancias y, entre otras, cosas acude a uno de sus principios existenciales: era preferible disfrutar de la vida en sus múltiples facetas, que concentrarse sólo en una única actividad, incluso aun cuando ésta fuera el ajedrez. Para Capablanca el ajedrez era el trabajo, y además de trabajar, él quería también vivir.

Guillermo Cabrera Infante, que comparó a Capablanca con Mozart, afirmó que Alekhine fue “el Salieri de Capablanca”. ¿Qué opina usted del Gran Maestro ruso y de su actitud hacia Capablanca en aquel momento y hasta su muerte?

La relación de Alekhine y Capablanca pasó por diferentes etapas. Se conocieron en San Petersburgo en 1913 y se hicieron amigos. El ruso admiró abiertamente al cubano durante buena parte de su vida profesional. Luego se lanzó a por él. Se propuso destronarlo y, cuando lo logró, no osó nunca darle la revancha. La antigua amistad quedó rota para siempre en la ciudad porteña. Yo también creo que Capablanca era un jugador superior a Alekhine. Pese a ser un ajedrecista excepcional, el ruso nunca alcanzó las cimas de gloria del cubano. Nunca permaneció imbatible durante tantos años como Capablanca. Además, la relación de partidas ganadas o perdidas entre ellos es muy favorable a mi compatriota.

Cuando llegó a Buenos Aires para enfrentarse a Capablanca, sobre Alekhine pesaba el cartel de segundón. El mundo entero daba por descontada la victoria del cubano. En las quinielas de la época se conjeturaba sólo sobre la diferencia de puntos que marcaría el triunfo final de Capablanca. Hay un momento en la novela (creo recordar que fue tras la partida veinte) en que el campeón del mundo pide al retador suspender el encuentro y reanudarlo en fecha posterior. Hay que decir aquí que Capablanca había comenzado a sentir molestias con la tensión arterial, y que el régimen de vida que llevaba por entonces tampoco ayudaba a su salud.

Este momento representa una de las escenas de mayor tensión dramática de la novela (y de la historia, en la vida real). Como respuesta a la petición de Capablanca, Alekhine le confiesa que, desde que lo vio jugar por primera vez en San Petersburgo supo que el cubano sería algún día campeón del mundo. Pero añade que también entonces supo que él sería el retador. En esa conversación, el ruso reconoce que estuvo siempre a la zaga de Capablanca. Durante años, hasta aquel enfrentamiento en Buenos Aires. A la zaga, pero pendiente. No había dejado nunca de estudiar su juego y elaborar la estrategia con la que podría ganarle una partida. Hasta que por fin pudo lograrlo en el primer juego del match de Buenos Aires.

En resumen, a la petición del cubano Alekhine responde que, mientras el campeón ejercía de tal ante los admiradores que lo idolatraban por todo el mundo, él pasaba las noches preparándose. Le dice además que siempre lo había visto como a un superdotado del ajedrez; y que lo había estudiado a conciencia. Sabía que ahora tenía muy cerca la oportunidad de cambiar la relación entre ellos, de ser el primero en el mundo. La tenía al alcance de la mano y no la dejaría escapar. De manera que había que jugar, termina diciendo Alekhine en la escena de la que hablo.

Para ilustrar mejor la relación entre estos dos grandes del ajedrez, yo introduzco en la trama una serie de retrospectivas de los momentos más importantes en la vida de Capablanca (contados siempre desde la óptica del cubano). Una de esas retrospectivas alude a los tiempos en que Alekhine, su hermano Alexei y Capablanca, siendo aún muy jóvenes, salían a disfrutar de las noches de San Petersburgo, durante el primer viaje de éste último a las tierras rusas. Como he dicho antes, esa relación se vio rota a partir de Buenos Aires, entre otras cosas, por la negativa del ruso a concederle la revancha al cubano. En la novela aparecen otros detalles de la relación entre estos dos gigantes del ajedrez mundial, pero creo que ya he avanzado demasiados.

Por lo demás, ¿qué más puedo decir de Alekhine? Que era un coloso, quizás el único jugador de aquellos tiempos capaz de enfrentarse de tú a tú con Capablanca. Y de arrebatarle el título del ajedrez mundial. El gran maestro ruso tuvo una vida muy rica en sucesos, tanto felices como desgraciados. Entre estos últimos podrían destacarse sus bajones de forma física a causa de su adicción al alcohol. Su muerte en Estoril, tras recluirse en esa ciudad portuguesa, señalado por su colaboración con el fascismo alemán, es un hecho muy triste. Alekhine terminó sus días sólo, abandonado en un cuarto de hotel. Fue encontrado sin vida en su habitación, con un tablero de ajedrez sobre una mesilla y varios platos de comida a medio consumir muy cerca de su cuerpo inerte.

Buenos Aires es un motivo central de su novela. ¿Cree que si el duelo de 1927 se hubiese celebrado en otra ciudad, Capablanca hubiera perdido igualmente el título?

En efecto, la ciudad de Buenos Aires es la apuesta central de mi novela. En mi opinión, el ambiente porteño contribuyó en parte a que Capablanca perdiera definitivamente el rumbo y viera embotarse parte de su intuición, que era –lo he dicho antes- el arma más fuerte entre sus recursos como jugador de ajedrez.

Alekhine se había preparado a conciencia, había estudiado todas las partidas del cubano con el tablero delante de sí. Capablanca, en cambio, no tenía siquiera un tablero en su poder. Lo confiaba todo a ese instante de revelación que solía acudir a su mente en el momento preciso de la partida. Por eso reconoce, en sus razonamientos posteriores, que el filo de su arma principal se le había vuelto un tanto romo, que su mente no estaba trabajando como antes. Y el hecho de encontrarse en un lugar como aquel Buenos Aires de las revistas musicales, del tango y de las carreras de caballo, hizo el resto.

Tampoco hay que olvidar que Capablanca vivió la casi totalidad de sus noches de manera muy intensa. Y aunque yo no reproduzco sus aventuras de la vida real, en mi novela también existen mujeres, cafés, juegos de cartas, dominó, carreras de caballo, canchas de tenis y toda una serie de actividades extra-ajedrecísticas que sacaban al genio cubano de la concentración que habría necesitado para vencer a un Alekhine en plena forma. Ya he dicho que escribí la novela desde la óptica de Capablanca. Reconozco que el escenario porteño por el cual yo me estuve desplazando durante el tiempo en que investigaba y escribía el texto, ese escenario, digo, me llamaba mucho más la atención que el tablero donde se dirimía el título de campeón del mundo. Y si esto ocurría conmigo, que no tenía a aquella ciudad y a aquellas hermosas mujeres porteñas rendidas a mis pies, ¿pues cómo un hombre como José Raúl Capablanca podía dejar de atender al entorno que vibraba tan cerca de él? Con esto quiero decir (y entiéndase como una especulación totalmente subjetiva) que si el escenario hubiera sido otro, es probable que el resultado del encuentro también hubiera sido otro.

Muchas novelas que tratan, aunque sea tangencialmente, de ajedrez, suelen despertar el recelo de aficionados expertos por intentar hacer pasar jugadas absurdamente ingenuas por movimientos geniales, para que todos los lectores puedan entenderlo. Usted en cambio creo que logra plasmar el pensamiento de los jugadores de la élite de una forma muy asumible para todos. Esto no es sencillo, y máxime para un novelista que se confiesa un aficionado “que solo sabe mover las piezas”. ¿Cómo lo ha conseguido?

Éste, por supuesto, fue el problema más difícil al que debí enfrentarme a la hora de pensar y escribir la novela. Si en la base de la trama central estaba el juego, yo tenía que reflejar de algún modo las partidas que el héroe central disputaba. Y fueron muchas. Treinta y cuatro partidas de ajedrez, que se dice pronto; pero que era necesario estudiar, valorar y categorizar.

Lo segundo fue escoger qué partidas reflejaría en la novela y hasta qué punto lo haría. No se trataba de citar, usando las claves de los expertos, todos los movimientos de cada partida. Tenía que entender cuáles eran los principales, los pasos que de por sí podían considerarse decisivos. No podía pasarme; pero tampoco no llegar. Pienso que, después de todo, me ayudó el hecho de que no soy un ajedrecista. Dicen que un ignorante es siempre más audaz que un conocedor de los peligros. Conmigo ocurrió algo de eso. Me puse en el papel del receptor de la novela, de un lector común, no especializado en ajedrez. Y una vez que hube escogido las partidas que podían definir el derrotero del match, las analicé todas, una a una. Estos análisis los realicé apoyándome en las opiniones de los expertos, como Edward Winter, Gari Kasparov, el propio Capablanca y otros muchos a quienes consulté. Y también, por cierto, de los cientos de conocedores del juego que expresan sus opiniones en los foros donde se discuten aún estas grandes partidas del ajedrez universal.

Pero todo ello debía, primeramente, entenderlo yo mismo. Luego, siempre desde la óptica de Capablanca, intenté comprender sus jugadas, es decir, por qué en cada ocasión movía una pieza específica y no otras. Una vez decidido lo que habría de reflejar, tenía que escribirlo en “cristiano”, de manera que no fuera rechazado por un lector “normal”. Y en esta parte del trabajo me ayudó, sin duda, el oficio de narrador de historias que he ido desarrollando durante todos estos años de carrera como escritor. No sé si el resultado será del todo satisfactorio; pero quienes hasta ahora han leído la novela no me han expresado quejas al respecto. Quizás éstas lleguen desde el gremio de los ajedrecistas, que sin duda tratarán de encontrar algún gazapo en el texto. Alguno habrá, seguro; aunque espero que no sean muchos.

Usted se ha referido alguna vez al ajedrez como un ejercicio muy similar a lo que nos encontramos en la vida cotidiana. ¿Me podría comentar esta idea?

Sí, claro. Ésta es una idea que proviene del mismo Capablanca, de sus reflexiones. En el ajedrez, igual que en la vida, hay que prepararse para vencer; hay que conocer el valor de las armas con las que contamos y las posibilidades de cada una de ellas. Hay que valorar las situaciones cambiantes de la vida (o del ajedrez) y tomar la decisión acertada. Llegarán más lejos quienes tengan aptitudes naturales para llegar; pero, sobre todo, quienes sepan prepararse para salir victoriosos de esa lucha, para reaccionar en los momentos y situaciones adversas. Por último, es necesario ser ambiciosos, trazarse metas altas. Incluso si no las alcanzas en su totalidad, habrás logrado siempre mejores resultados que alguien que se haya limitado a objetivos modestos y se sienta satisfecho con lograrlos al cien por cien. Ésas, a mi modo de ver, son algunas de las líneas maestras de ambas disciplinas (el ajedrez y la vida), que siguen casi siempre líneas paralelas.

Después de “Perdido en Buenos Aires”, y habiéndose adentrado en el tema del ajedrez, ¿le tienta la idea de escribir alguna otra obra donde aparezca de nuevo este juego, aunque sea a través de un cuento, género donde usted ha obtenido múltiples reconocimientos?

La verdad es que hasta ahora no lo había pensado. Ya he dicho en varias ocasiones que no soy un jugador experto. Me faltan cualidades que creo no llegaré a adquirir jamás. Mi cerebro trabaja por imágenes y no basándose en análisis, como se precisa para ser un buen jugador de ajedrez. Por eso no me he dedicado mucho a practicar el juego. Y por eso tenía recelos antes de acometer esta novela. Y como he dicho antes, hasta ahora no me he planteado volver a mezclar ajedrez y creación literaria. Aunque quién sabe si en el futuro me anime y escriba algún cuento con este mismo tema.

Dado que el premio ha sido muy reciente, ¿cuándo podrá adquirirse la obra y en qué editorial?

Sobre la fecha de publicación de la novela todavía no tengo noticias concretas. De todos modos, las encargadas de ver los detalles son Pilar Sánchez y María José Bonilla, de la agencia literaria Sánchez y Bonilla, que son quienes llevan el tema. Yo espero que el libro salga pronto. Y cuando eso ocurra, por supuesto que todos los implicados nos ocuparemos de que el mundo del ajedrez se entere. Me interesa mucho la opinión de los expertos y aficionados a este juego.

Nota de Juan Antonio Montero: Un escritor pone a prueba su calidad literaria en todo lo que hace, y aquí Álvarez Gil demuestra con creces esta calidad. También demuestra una compresión enormemente profunda del hito que fue en la historia del ajedrez el duelo Capablanca-Alekhine de 1927.

Quizá el personaje más simpático de esta historia sea Capablanca, pero es posible que para el ajedrez fuera mejor que venciera Alekhine: con él se puede decir que comienza el auténtico profesionalismo en el ajedrez; aparece el jugador que se prepara metódica y concienzudamente para jugar contra su rival y que enfoca el ajedrez como un auténtico deporte.

En Buenos Aires se enfrentaron un genio contra un ajedrecista de enorme talento que trabajó duro para vencer. Álvarez Gil habla con mucha sabiduría y vitalidad de estos dos personajes tan distintos y de estos dos enfoques también tan distintos de lo que fue afrontar un duelo por el título mundial. También de un Buenos Aires fascinante que puede que tuviera mucho que ver con el desenlace del torneo.

No hace mucho, el director de una importante revista de cine me comentó que los ajedrecistas teníamos un guión extraordinario con Capablanca y Alekhine y que le resultaba extraño que nadie intentara hacer algo sobre ello: realmente, creo que desde el ajedrez esos “filones” no se explotan, y son muy abundantes. Es una suerte que haya ocasionalmente “abordajes” e “incursiones” de intelectuales y artistas “no ajedrecistas”, como en este caso ha hecho Antonio Álvarez Gil con esta novela que estamos deseando que esté muy pronto en las librerías.

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[Tomado de Club de Ajedrez Lin Ex - Extremadura] Gracias.
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...y apareció en las librerías (¡¿en cuales?!), pero no con la amplia difusión que merecía la calidad de la obra. Por ejemplo, en una "ciudad librera" como Barcelona fue practicamente imposible de encontrar.
Esperemos que se vuelva a reeditar algún día a lo grande.
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Ser bueno es el único modo de ser dichoso.
Ser culto es el único modo de ser libre.

José Martí.
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