¿Por qué este libro se publica ahora?
Yo le propuse a Tallet que escribiera el libro
de sus Cosas jocosas... varias veces, pero siempre, por esto y por lo
otro, no emprendía esa tarea.
Pasaba el tiempo y él no se decidía. Entonces le dije que hasta
yo le había buscado un título:
Cosas jocosas en poesía y prosa, y él no
había hecho nada, y ya en tal espera llevábamos como cinco años. En esa ocasión
le propuse hacerlo yo y que él me ayudara. Aceptó de buena gana, pero me dijo
que con grabadora no. De más está decir que no admitía grabadora, pues, de
haberlo hecho, se hubiera comenzado mucho tiempo antes. Tenía contra las
grabadoras no sé qué.
Semanas después, alguien introdujo
en una entrevista a él una grabadora... y él habló... Esa fue la oportunidad
para «obligarlo» a que, ante una grabadora, nos contara su vida jocosa. Le dije
que entonces le entrevistaría y se guardaría todo en los casetes, y ya yo
redactaría el contenido.
Fue cuando comuniqué en su casa su
aceptación y Aida, la esposa, y Amparo, la viuda de Llames, se pusieron muy
contentas. Quedé en comenzar la siguiente semana. Pero los dioses no estaban de
acuerdo. Cuando llegué con mi grabadora y la instalé... no hubo manera que
funcionara. Rápidamente, Aida buscó la suya, y cuando fuimos a probar las pilas,
no servían..., al parecer, pues cuando conseguimos pilas nuevas, tampoco
funcionó.
Ahí mismito él dijo que estaba para
que no se grabara nada, y en eso él volvió a quedar y tuvimos que darnos por
vencidos.
Fue entonces cuando le propuse
llevar una mecanógrafa para que nos ayudara. Le llevé una muchacha que,
solamente, era buena mecanógrafa, pero nada más. Ella no sabía frente a quién
estaba, y después de dos o tres días no fue más. Con la segunda sucedió algo
parecido. Estuvo solamente un día. Entonces decidí tomar notas de nuestras
conversaciones sobre todas estas «cosas jocosas». Así llené no sé cuántas y
cuántas cuartillas.
Después llevé a Fela, a
Rafaela Rodríguez, con quien sí hubo una rápida empatía. Ella mecanografió toda
la poesía que aparece aquí, de la cual tenía Tallet nada más que originales y no
quería que salieran de su casa, además de algunas canciones que guardaba en su
mente.
Realmente, tengo bastante buena
memoria para reproducir una conversación, y de las anécdotas que Tallet me fue
contando solamente escribía algún dato sobre fechas o nombres, los cuales
podrían olvidárseme. Después, con lo que había recogido de lo conversado y
llevado en mi saco memorístico, más las notas que a mano tomaba yo, con
posterioridad, en las noches y el resto de la semana, les iba dando forma. Más
tarde se mecanografiaban ya listas, y, finalmente, le daba las cuartillas en
borrador a él para que las revisara, lo cual podía traer nuevos arreglos, por
supuesto.
Habíamos llegado a un acuerdo al
principio: no se pondría nada que él no quisiera, ni tampoco cualquier cosa que
yo no estuviera de acuerdo. Tenía que existir unanimidad en las diferentes
partes que entrarían a formar el libro. En varios pasajes narrados por él que no
quiso que aparecieran los nombres de los «culpables», pues se les disfrazó el
nombre.
Créase o no, estuvimos trabajando
este libro como cinco años. Por eso, en las diferentes anécdotas que aquí
aparecen, a veces, se dan fechas según fuera el momento en que Tallet las
contaba o también él hacía referencia a la edad que tenía en esos momentos. Así
las dejé tal cual él lo expresó.
Iba a casa de Tallet los lunes y los
martes, y allí me pasaba muchísimas horas; conversábamos, nos contábamos asuntos
jocosos, y de los suyos hacía yo largos apuntes. A veces, a la otra semana,
verificaba algún dato. El resto de los días nos hablábamos por teléfono. En
tales momentos trataba yo de hacer la conversación productiva, pero si se daba
cuenta que estaba tomando notas, se ponía muy bravo, pues expresaba Tallet que
tal cosa era una «infidelidad», porque, entonces –me decía él–, seguramente no
iba a ir yo a su casa en los próximos días. Hablábamos hasta la una o las dos de
la madrugada por teléfono, en conversaciones en las que se introducían muchas
cosas chistosas; nos reíamos mucho, a pesar de que me llevaba cuarenta y nueve
años.
II
¿Cómo nos conocimos Tallet y yo? Yo cursé el
sexto grado en la Academia Militar del Caribe, con el profesor Ramón Lino
Hernández Tápanes. En la asignatura de Historia de Cuba se impartió una clase
acerca de La Protesta de los Trece, muy bien explicada por el propio Tápanes,
quien nos dijo que había sido el primer gesto patriótico de la intelectualidad
cubana después del advenimiento de la República de 1902, y se me quedaron
grabados algunos de los nombres de los protestantes, aunque ya entonces yo
conocía a Juan Marinello, quien, además, visitaba mi casa.
Tendría yo unos doce o trece años
cuando junto a mi padre fui, como otras veces hacía, al Colegio Nacional de
Periodistas, que estaba en la calle de Zulueta, y él me presentó a un colega, ya
un hombre mayor, que al saludarnos mutuamente, después que mi padre dijo su
nombre, «José Zacarías Tallet», yo en seguida le expresé: «Usted estuvo en La
Protesta de los Trece», pues no sé si sería por el «Zacarías», no se me había
olvidado. Me acuerdo que me miró como extrañado de que un adolescente le
mencionara aquello, y ensegui da me dijo: «Sí, efectivamente, aunque de eso hace
ya buen tiempo», y se me quedó grabada la frase «hace ya buen tiempo».
Muchos años después, fue el escritor
y amigo José de la Luz León, que desde hacía rato firmaba sus trabajos con el
seudónimo de Clara del Claro Valle, quien volvió a presentármelo, y en
esa ocasión yo le recordé la anterior presentación, pero creo que Tallet nunca
se acordó de ella. Sin embargo, desde entonces, se estableció entre nosotros una
amistad inquebrantable, a pesar de la diferencia de edad. Siempre me llamó por
mi apellido y nos tratábamos de usted.
III
Varios años antes de estar trabajando en
Cosas jocosas..., yo le había ayudado en la preparación de Evitemos
gazapos y gazapitos, libro que salió publicado varios años más tarde, en
dos tomos, en 1985, después de no sé cuántos «inconvenientes externos».
También le ayudé a preparar otro
libro: Curiosidades de la historia , que a pesar de haberlo hecho
después de aquel, salió primero, en 1983. Este reunía una serie de trabajos que
Tallet había publicado en periódicos y revistas, y otros que tenía hechos desde
hacía tiempo, pero que no estaban publicados.
Nos habíamos introducido en un
proyecto gigantesco a la par: el Diccionario léxico-biográfico Varona,
título en honor del gran cubano que fue Enrique José Varona, y en él estuvimos
trabajando Oscar Ferrer Carbonell, periodista y primo quinto mío, Tallet y yo.
Quizás por esto Tallet no quería hacer nada de las Cosas jocosas...,
pues ya tenía mucho tiempo ocupado y muchos años.
Además, después que se entregó en la
editorial el libro Evitemos gazapos y gazapitos, el cual tenía
incluidos todos los «Gazapitos» aparecidos en el periódico El Mundo,
así como los «Gazapos» publicados en la revista Bohemia desde 1968
hasta 1978, nos habíamos puesto a reordenar los «Gazapos» a partir de 1979 para
hacer otro libro..., pero ante las «dificultades externas» que se nos
presentaron..., pues esto quedó solamente ahí..., igual que el Diccionario
Varona, que después de hecho y contratado no se quiso publicar. Digo
«inconvenientes externos» o las «dificultades externas» por darle algún nombre
sano. Pero diré que estuvieron presentes hasta 1994, cuando cambiaron de puesto
a cierto funcionario.
IV
Tallet murió en 1989 y pudo revisar todos mis
apuntes en borrador de Cosas jocosas... Después los di a mecanografiar
y, más o menos, estuvo listo el original en 1991 ó 1992, pero lo engaveté, pues
todavía estaba en su puesto aquel funcionario del que hablo antes.
Varios años después de tenerlo
engavetado, el escritor y musicólogo Leonardo Acosta, hijo de José Manuel Acosta
–quien fue uno de los protestantes de Los Trece y gran amigo de Tallet–, me
ofreció algunos pasajes de los cuales me faltaban datos para completar ciertas
narraciones que hizo Tallet acerca de José Manuel.
También Juan Sánchez, ex director de
la Escuela de Pintura y Escultura de San Alejandro, me aportó otra versión
acerca de uno de los pasajes narrados aquí por Tallet, la cual se incluye en el
libro.
Por su parte, Jorge Tallet me
adelantó el final de las historias de uno de los amigos de su padre, de quien
aquí se narran algunas anécdotas.
Además, conté con la ayuda de mi
primo Oscar Ferrer Carbonell, para varios datos cojos, que me aclaró según su
inigualable colección de biografías.
Como se podrá apreciar, el libro
está dividido en dos partes, la primera corresponde a Prosa y la segunda a
Poesía. Traté, en cada una, de ordenar las diferentes anécdotas y poemas según
un orden cronológico, pero, a su vez, en algunos capítulos quedan agrupadas,
principalmente en la parte de Prosa, aquellas anécdotas o referencias sobre
alguna persona determinada, y se da el caso de que en ellas intervienen también
otras personas, las cuales tienen un espacio concreto en el libro, donde, por lo
general, se ofrecen datos referentes a su vida, y, por lo tanto, en las primeras
aparecen sus nombres nada más, es decir, en momentos quedan mezclados asuntos de
unos y de otros. Entonces, para seguir los datos de cualesquiera de las personas
aquí citadas, se deberá consultar en el Índice Onomástico todas las páginas en
que se cita a alguien concretamente.
Por supuesto, en estas anécdotas
también existen repeticiones de varios datos, las cuales tuve que mantener para
la mejor compresión de la propia anécdota.
V
Acerca de la parte de este libro que tiene como
titular el de «Inicio», puedo decir lo siguiente: Le había pedido a Tallet que
hiciera algunas líneas a manera de presentación, y un día me enseñó unos
párrafos, pero me dijo que no había terminado... Tiempo después, me enseñó el
versito con que allí se finaliza (el cual no está completo), y me dijo que
deseaba incluirlo... Al tiempo, le recordé que no había concluido lo que le
había pedido, y me dijo: «Dele usted forma y termínelo». Eso hice. Y puse su
firma abajo. Hago esta aclaración, para dejar por sentado que cualquier cosa que
no parezca bien, se me cargue a mí.
El libro estuvo durmiendo el sueño
de los justos hasta que, a finales de 2004, ante la insistencia de un muy
apreciado amigo, Roberto Ferrer, se lo di a leer y él, lector inagotable, me
increpó por tenerlo guardado y me «obligó» a presentarlo para su publicación.
Esta es la historia de Cosas
jocosas en poesía y prosa de la vida de José Zacarías Tallet , quien fue
siempre muy joven, a pesar de morirse a la lúcida edad de noventa y seis años,
llenos de una jocosidad increíble, pero a la cual no respetó el último de sus
catarros.
Antes de finalizar estos apuntes,
quiero decir lo siguiente: Después de tres años y pico de la muerte de Tallet,
en 1993, hice un viaje a los Estados Unidos y visité trece de sus estados, más
el Distrito de Columbia. Uno de los estados fue el de Nueva York, y, tan pronto
llegué, dije –y dejé atónitos a algunos– que deseaba cruzar a pie el puente de
Brooklyn, y eso hice en homenaje a Tallet. A mí me resultó un paseo muy
agradable, aunque cuando él lo tuvo que pasar caminando lo hizo algo molesto,
como se podrá apreciar aquí, en «El puente de Brooklyn».
Para que pueda quedar testimonio de
todo lo que Tallet me narró y he reproducido aquí, y llegue esto a las jóvenes
generaciones que no lo conocieron y aquellas otras que sí, es que se publica
este libro.
El Autor
La Habana, marzo de 2006.
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Ser bueno es el único modo de ser dichoso.
Ser culto es el único modo de ser libre.
José Martí
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