jueves, 25 de febrero de 2010
Diario íntimo de la revolución española, de José Mª Chacón y Calvo
UN CUBANO ANTE LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA
[Procedente del Blog "El tono de la voz", de Jorge Ferrer]
Estos días ha llegado a las librerías "Diario íntimo de la revolución española" de José María Chacón y Calvo, de cuya edición me ocupé por encargo de la editorial Verbum, Madrid.
Sigue el prólogo que escribí a ese diario magnífico cuya lectura les recomiendo vivamente.
Diario íntimo de la revolución española se puede comprar en librerías o contactando a Editorial Verbum.
José María Chacón y Calvo: su propia guerra
[Prólogo a José Maria Chacón y Calvo, Diario íntimo de la revolución española, Verbum, Madrid, 2009]
Por Jorge Ferrer
Este es el diario que escribió un hombre triste en una ciudad de hombres separados por la euforia y el miedo, esos dos rostros que nos ofrecen siempre las guerras. Un cubano en el Madrid de 1936, al que los albores de la Guerra Civil colocaron ante el horror que vivían los españoles, un dolor que no podía percibir como ajeno. Porque para él no lo era.
José María Chacón y Calvo no fue uno de los largos centenares de cubanos enrolados en las Brigadas Internacionales que viajaron a luchar en el bando republicano. Tampoco figura su nombre entre los de naturales cubanos asesinados por elementos favorables a la República, como Fray José López Piteira, fraile del monasterio de San Lorenzo del Escorial, que encontró la muerte ante el pelotón de fusilamiento en Paracuellos del Jarama y recientemente reconocido como mártir de la Iglesia católica. No fue Chacón y Calvo –a pesar de su destreza con la pluma- un periodista llegado a la península para escribir sobre la guerra para periódicos distantes. Tampoco integró la nómina de escritores cubanos que acudieron al II Congreso Antifascista por la defensa de la cultura celebrado en Valencia en 1937, como sí hicieron Nicolás Guillén, Juan Marinello o Félix Pita Rodríguez.
El autor de este diario no se encontraba en Madrid por azar al inicio de la contienda ni vino a ella a encontrarla; tampoco huyó de la ciudad, como hicieron tantos otros extranjeros haciendo uso de su legítimo derecho a ponerse a salvo de un conflicto que ponía en peligro sus vidas.
No siendo ni combatiente, ni corresponsal, no siendo, en esencia, partidario de ninguno de los dos bandos, ¿qué convierte en valioso este documento, entonces? ¿Será acaso su propia existencia, como sucede con tantos otros diarios escritos desde el horror?
José María Chacón y Calvo nació en La Habana el 29 de octubre de 1892, año en que se celebraba el Cuarto Centenario del descubrimiento de América. Su niñez y adolescencia transcurrieron entre la capital y Santa María del Rosario, población de la periferia habanera, donde su familia conservaba una casona señorial. Por su origen familiar, Chacón procede de una familia de larga tradición en las armas y la administración españolas. La dignidad de conde de Casa Bayona, cuya rehabilitación solicitó con éxito a la Corona en 1950, lo sitúa en la estela de una familia de la nobleza, cuya hispanidad, entendida como “servicio a su raza y su país” reivindicó siempre.
Tras cursar estudios en La Habana y Nueva York, Chacón y Calvo se doctoró en Derecho y Filosofía y Letras por la Universidad de La Habana. En 1918, convencido de que sus intereses intelectuales mal casaban con el oficio de abogado, consigue un puesto en el servicio exterior cubano con destino en la Legación de Cuba en Madrid. Desde entonces, y hasta la página final de este diario, su vida iba a estar unida a la capital de España desde su piso en la calle General Pardiñas, en el barrio de Salamanca, aun cuando algunas estancias en Cuba y numerosos viajes por España, introdujeran paréntesis en la activa vida social madrileña que tuvo el intelectual y diplomático cubano. Con breves pausas, Chacón y Calvo estuvo destinado en la Legación –Embajada, desde 1926– de Cuba en Madrid entre los años 1918 y 1936, cuando la enfermedad de su madre lo obliga a marchar a Cuba. Conservó, sin embargo, el referido apartamento hasta la década de los sesenta, mientras permanecía en La Habana en una suerte de “exilio interior” que se prolongó hasta su muerte en 1969.
Pero las labores como diplomático no fueron las únicas que ocuparon a Chacón en España. Ni siquiera fueron las principales. En cambio, su pasión por la filología, la historia de la colonización española de América y la literatura y la poesía de España y Cuba tuvo esos años un desarrollo fundamental, gracias a las investigaciones que realizó en archivos de la península y al propio clima intelectual del que se rodeó. El autor de este diario es, sin dudas, uno de los hispanistas cubanos más notables de la primera mitad del siglo XX.
Su círculo de relaciones en Madrid incluía a los más importantes intelectuales de la época. Con uno de ellos, sin embargo, la relación fue particularmente intensa, a medias entre el discipulado y la amistad: Ramón Menéndez Pidal. Con él realizaría el cubano numerosos viajes por España y Cuba. Entrañable fue también su amistad con Alfonso Reyes, como estrechos fueron sus lazos con Miguel de Unamuno, Juan Ramón Jiménez o Federico García Lorca.
César González-Ruano, quien lo trató en el Madrid de los años treinta, recuerda a Chacón y Calvo en sus memorias como a «un curioso personaje en más de un aspecto…» González-Ruano detectó la compleja visión de Chacón acerca de la religión y la política, una constante en el diario escrito en Madrid: «Tenía profundas ideas católicas, yo creo que a dos pasos del misticismo, pero al mismo tiempo simpatizaba cada vez más con todos los extremismos izquierdistas».
Otro de sus amigos madrileños, Rafael Alberti, lo describe como «un hombre bueno, con cierta blandura de fruta tropical, gran aficionado a las nieves serranas, por las que se pasaba esquiando la mayor parte del invierno… Fue el amigo más entusiasta de mis canciones marineras y de mis primeros tercetos. Siempre que yo quería romper mi reposo me invitaba a cenar a su casa de la calle Pardiñas. Y allí me hacía repetir mis versos, a él solo o a sus convidados, que a veces eran muchos.» Entre esos convidados, recuerda Alberti, estuvo una noche Eugeni D’Ors, otro gran amigo del cubano.
No es de extrañar, pues, que fuera en esos años madrileños que su obra conociera el mayor número de publicaciones fundamentales sobre literatura cubana y española como Las cien mejores poesías cubanas (1922), Ensayos de literatura cubana (1922), Ensayos sentimentales (1923), Ensayos de literatura española (1928) o los textos donde plasmó su visión de la colonización española de América o la historiografía: Cedulario cubano (1929), El documento y la reconstrucción histórica (1929), Ideario de la colonización (1933), La experiencia del indio (1934), Criticismo y colonización (1935), todos ellos publicados entre Madrid, La Habana y Barcelona.
La relación de José María Chacón y Calvo con España atraviesa toda su obra como escritor y animador cultural. Su legado académico es el de un cubano que llevaba grabada en el espíritu la marca de España y se sentía atado a ella aún después de que la isla ganara la independencia y se convirtiera en una República más de Hispanoamérica.
La ruptura histórica y geopolítica que significó la independencia de Cuba tras las guerras que desangraron a la Península y a la colonia o el orgullo de haberse constituido como nación independiente de esa Cuba que tan pronto conocería el trauma poscolonial no impidieron que algunos cubanos ilustrados mantuvieran un lazo afectivo con España y su cultura que superaba el trágico Rubicón trazado por la guerra de los cubanos por la independencia. El abundante flujo migratorio hacia Cuba desde España y la rápida inserción de muchos españoles en la vida y el comercio cubanos, fueron acompañadas de notables esfuerzos culturales. La lengua y la literatura fueron para algunos los nexos que mantenían aceitado el vínculo, viva la tradición común.
Si fecunda fue la obra escrita de Chacón y Calvo dedicada a la historia común de Cuba y España, así como a la literatura española y la cubana, igualmente valiosa fue su dedicación a auspiciar el desarrollo de esas relaciones y a establecer un entramado institucional que ayudara a lograrlo. Su labor distaba, sin embargo, de ser meramente administrativa. Para Chacón y Calvo la práctica del saber y la solidaridad entre intelectuales eran ejercicios que emprendía con espontaneidad y entrega absolutas. De su trato íntimo y cotidiano con la cultura dejó Medardo Vitier, con quien mantuvo una larga relación personal y profesional, un testimonio diáfano: «Chacón habla de los grandes maestros de la cultura cubana como si todos ellos pertenecieran a su familia, como si el vínculo fuese de una proximidad notoria, como si estuviera muy cerca de cualquiera del noble grupo. El tono, el sesgo emotivo, los detalles, todo indica una actitud de miembro de la familia». Ellas son para él, escribe poco más adelante «su lumbre, su calor, su raza».
Larga es, pues, la nómina de instituciones que impulsó, fundó o dirigió y desde todas ellas, en mayor o menor medida, arduo fue su trabajo a favor de la cultura hispanoamericana y de la difusión del legado hispánico en Cuba. Entre ellas se cuentan la Sociedad de Folklore Cubano, el Ateneo de La Habana, y, señaladamente, la Sociedad Hispano-Cubana de Cultura y el Instituto cubano de cultura hispánica, entidades todas que patrocinaron investigaciones y conferencias acerca del legado español en América y en las que encontraron acomodo siquiera provisional muchos intelectuales españoles que huían de la guerra de España o buscaban alejarse temporalmente del país como el mencionado Menéndez Pidal o María Zambrano, por ejemplo. José María Chacón y Calvo encabezó en dos ocasiones –una de ellas a su regreso de España en 1936- y durante largos años la Dirección de Cultura –equivalente a un ministerio de cultura entonces-, puesto que le permitió impulsar buena parte de esas iniciativas. Precisamente Menéndez Pidal anotó sobre el desempeño de su amigo en la gestión de la cultura en Cuba: «Su paso por la Dirección de Cultura Cubana trajo una hispanización para Cuba a la vez que una americanización para España».
La Guerra Civil se encontró a Chacón y Calvo en Madrid como diplomático cubano acreditado ante el gobierno de la República. Una circunstancia que le proporcionaba una herramienta de enorme utilidad para colaborar con los agraviados: el instrumento del asilo. Así, este diario es también un documento de privilegio acerca de la moralidad y la necesidad del asilo político.
El Diario es una crónica desesperada de esa voluntad de salvar de la muerte a los sospechosos de connivencia con las fuerzas nacionales. Y no sólo a los cubanos, que eran muchos. También a periodistas y políticos españoles que corrían peligro.
A Chacón, hombre de profunda religiosidad, el acoso republicano a la iglesia le resultaba muy doloroso. Pero también se trataba de un hombre con simpatías por la izquierda y así vemos pasear por el diario su amistad con combatientes del bando republicano y periodistas afines a la República, como Pablo de la Torriente Brau o Lino Novás. Paralelamente, asistimos a su preocupación por periodistas y escritores acosados por los milicianos y a sus desvelos por conseguir asilarlos en la Embajada de Cuba o alguna otra de las pocas que permanecieron abiertas en Madrid.
Una constante del diario es la manera en que el autor se atiene a lo que ve con sus propios ojos, un recurso que lo aleja de la especulación sobre los hechos para narrarlos en su mera manifestación factual: «Yo no escribo ni comento la terrible guerra civil que está desolando a España», anota: «No escribo lo que leo o me cuentan: sólo escribo lo que veo con mis ojos o las cosas que se prenden en mi propia experiencia». No hay aquí el tremendismo que define al testigo parcializado, pero tampoco la frialdad del outsider. Chacón y Calvo es parte, con las dos partes, y no es juez de ninguna.
Chacón y Calvo no escribe un libro de historia, y ni siquiera escribe para la historia. El suyo es el relato íntimo de quien padece la suerte de España como si fuera la suya propia. Es el relato de un extranjero que simpatiza por igual con los dos bandos en contienda, porque es España la que le duele, por encima de distingos políticos, pasiones ideológicas, bandos. Es la narración de un viaje personal a través de un horror que lo avasalla en su amor por España y su gente. Que lo hiere en su incontrovertible fe en el valor de la libertad y en su insobornable amor por la civilidad y la cultura. Alguien que en medio del Madrid asilvestrado comienza las mañanas con una partida de tenis y sale en la tarde a ver una película soviética de Eisenstein, mientras dedica el día a salvar vidas o a luchar por los derechos de los agraviados.
Chacón y Calvo, su diario tremendo, es el de alguien que sabe que la guerra trae la muerte y que esa muerte es enemiga de la libertad y de la cultura. Con mañas notariales nos cuenta su dolor, expone el dolor de todos. Asiste a una misa en un escondrijo, padece el terror de la llamada a la puerta en medio de la noche, sufre por sus amigos que luchan en las trincheras republicanas. Padece por todos y por sí mismo. Por España y por Cuba. Por los hombres sencillos y por los poetas. Por lo de derechas y por los de izquierda. Los ateos y los que creen en Dios.
Su diario escrito en el Madrid de 1936 es un documento que arroja una luz distinta, una luz plural, una luz íntima, una luz única, sobre el drama que dividió a las «dos Españas». Un cubano en el Madrid del terror: pocas veces como en esta se asiste en forma más vívida, más personal, a la exposición de la natural cordialidad entre Cuba y España, entre la cultura española y la cubana.
José María Chacón y Calvo escribió varios diarios a lo largo de su vida, aunque ninguno de ellos llegara a publicarse hasta muchos años después de su muerte. El presente diario, escrito entre los días 22 de julio y 5 de noviembre de 1936, figura en su papelería bajo el título de «Notas de historiografía española I. Diario íntimo de la revolución española» y fue objeto de una edición cubana (Instituto de Literatura y Lingüística, La Habana, 2006), muy atinadamente prologada y anotada por Nuria Gregori Torada. A ella debemos la transcripción del texto, que se conserva en los archivos del Instituto de Literatura y Lingüística de La Habana, institución de la que es directora.
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Ser culto es el único modo de ser libre. Ser bueno es el único modo de ser dichoso.
J. Martí
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