jueves, 25 de febrero de 2010

EL HOMBRE QUE AMABA A LOS PERROS (VI)

Muy INTERESANTE:
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PADURA NO CREE EN FANTASMAS
Tania Díaz Castro


LA HABANA, Cuba, octubre (www.cubanet.org) - Tan cierto es que lo dijeron los chinos antes de nuestra era: todo ser humano esconde un animal en su corazón. Sin ofender a nadie, siempre me ha gustado descubrir, unas veces mediante la personalidad, otras por los rasgos fisonómicos, qué animal habita en el hombre o la mujer que tengo delante, algo que disfruto como un juego muy serio.

En el caso del novelista, periodista y guionista de cine, Leonardo Padura -1955-, a quien no tengo el gusto de conocer personalmente, me he guiado por su rostro, bien ampliado en la página seis del periódico Juventud Rebelde el 7 de octubre pasado, donde una tal Jaisy Izquierdo hace una reseña de su nuevo libro publicado en España, El hombre que amaba a los perros.

Sin duda alguna, Padura guarda un cerdo en su corazón, y no una cabra como correspondería según el antiguo zodiaco chino, de acuerdo al año de su nacimiento. Sólo hay que analizar el óvalo de su cara, su nariz, su mirada, sus ojos y las líneas que se ven debajo de sus órbitas.

Sin embargo, tengo mis dudas. El cerdo, afín al conejo que soy, suele creer todo lo que le dicen. No sabe decir no, a tiempo. Mientras que la cabra, como buena samaritana, evasiva y ambigua, sabe muy bien andar entre sus enemigos. Eso me dice un colega de Padura: medio disidente, medio castrista, anda entre todos.

Pero nada de lo dicho hasta aquí es lo que me inspiró este comentario, sino ese despiste de la periodista de Juventud Rebelde, cuando afirma que poco se sabe y menos se ha escrito del asesino de León Trotsky, Ramón Mercader, según ella un fantasma que cautivó al escritor cubano para hacer su novela.

No sabe Jaisy que en todas las biografías de Trotsky aparece, con pelos y señales, su asesino. Hasta con un simple vistazo a Encarta de 2008 sabemos que Mercader nació en Barcelona en 1914 y murió en Cuba en 1978, aunque no aclara, por supuesto, que vivió durante sus últimos 18 años en una buena residencia de un lujoso barrio costero de La Habana, bajo un nombre falso, alejado convenientemente del tumulto citadino, con sus dos inmensos galgos rusos que, seguramente, tenían una cuota especial de comida, igual que el dueño, otorgada por el alto mando de la nomenclatura castrista.

Para nada se trata de un personaje desconocido, y sí mal conocido o muy poco conocido en Cuba, gracias al apoyo y la solidaridad que le brindó la cúpula gobernante de Fidel Castro.

Pero como entre el cielo y la tierra no hay nada oculto, ahora resulta que amigos de Mercader fueron el músico cubano Harold Gramatges y el cineasta Tomás Gutiérrez Alea, quien heredó hasta su bastón uzbeco.

Así lo confirmó Padura en su conversatorio de Casa de las Américas, el pasado mes de septiembre, al referirse a su libro. Incluso -vaya sorpresa-, contó que los canes que aparecen en el filme de Gutiérrez Alea, Los sobrevivientes, eran los perros del asesino a sueldo Ramón Mercader.

Pero el bueno de Padura quiere salvar el pellejo de los difuntos intelectuales cubanos, al afirmar, sin estar nada seguro: “Las personas que se relacionaron con Mercader ni siquiera sabían de quién se trataba en realidad”.

Veremos qué aporta Leonardo Padura al conocimiento de la vida de Ramón Mercader, sobre la que han escrito historiadores de la talla de Richard Lourie, Harry Wilde, H.S. Hegner, y muchos otros.

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Ser culto es el único modo de ser libre. Ser bueno es el único modo de ser dichoso.
J. Martí

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