jueves, 25 de febrero de 2010
El niño del´pífano (I)
El niño del pífano (I)
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Querid@s lectores/as, empiezo la primera referencia bibligráfica de este nuevo año 2009, con una cita al libro de Manuel Vázquez Portal "El niño del pífano" (obtenido de la Red, aún inédito), que me ha servido como provechosa transición literaria del año.
Vean esta cita de la obra de Vázquez Portal, de la mano de Armando Añel. Empiecen bien el año, ya saben ¡¡pasen y lean!!
EL NIÑO EL PÍFANO
Por Armando Añel
[Procedente de: "La Otra Ventana"]
Manuel Vázquez Portal era un outsider de la venta de libros viejos cuando entablamos nuestra primera conversación en la Plaza de Armas, hacia 1997 o finales de 1996. Habíamos coincidido puesto contra puesto —espacios de tres metros por uno en las aceras del parque, en los que colocábamos el “género”— y no recuerdo muy bien por qué descubrí, o él me hizo descubrir, sus dotes de juez y parte (literariamente hablando). Aproveché para mostrarle un magro folleto de poesía que un par de años antes me habían editado, y de paso invitarlo a que nos asociáramos. Vázquez no tenía licencia de librero –seguramente el Estado tampoco habría accedido a proporsionársela- pero la nuestra no fue una asociación coyuntural: su compañía me proporcionaba un colega de trato afable, expansivo, cuyas maneras, artilugios y conocimientos, constituían toda una inversión. Enseguida supe de su labor como periodista independiente.
Entretanto, los días de la Plaza matizaban un paisaje donde “la maldita circunstancia del agua por todas partes” ejercía el peso muerto de la inmovilidad. Había allí turistas, pedigüeños, pordioseros, politólogos, poetas, prostitutas, policías… una fauna trepidante, de la que uno no podía prescindir y con la que siempre acababa mezclándose. A la que de alguna manera pertenecíamos, subsidiariamente, como el náufrago al barco que se va a pique. En medio de todo aquello —confluencia de dos mundos: el visitante, que pretendía descubrir y disfrutar la esencia oculta de lo cubano, y sustentaba la “prosperidad” del llamado Casco Histórico; y el anfitrión, incapaz de ejercer como tal en su propia casa, pero dispuesto a rentabilizar los estereotipos—, Vázquez daba un punto de color, casi de costumbrismo. Al hablar, manejaba la corrección propia de las provincias centrales y las retóricas, y acentos, del orador clásico. Nada de lo relacionado con la tradición literaria española —Siglo de Oro y adyacentes— y sus suculencias verbales, le era ajeno.
Discutíamos con una vehemencia límite sobre política; yo en su bando, claro, contra el minoritario, pero obstinado, de los defensores del Gobierno, y aun contra los desaprensivos, que en la isla son legión. A lo largo de aquellas porfías, en las que el tono solía subir y era inmediatamente rebajado por las advertencias de los más prudentes, comencé a sentirme rebasado. Por las circunstancias, los días siempre iguales a los días, la cuestión de fondo contra la que aquellos debates se estrellaban. Vázquez me hacía desde hacía tiempo una observación, a veces un poco en broma, a veces un poco en serio. A mí y a algunos de los que nos rodeaban: en lugar de desgastarnos en controversias inútiles, haríamos mejor haciendo algo. La redundancia del verbo en clave martiana: hacer es la mejor manera de decir. Me lo propuso y me lo pensé. Ya se sabe que decisiones como la de hacer periodismo libre en Cuba no suelen tomarse a la ligera.
Podría decirse que el Grupo de Trabajo Decoro, gestado a finales de 1998 por Manuel Vázquez Portal, nació de la contundencia de esas tardes de la Plaza de Armas, en las que la fatiga temática cedió paso, poco a poco, a la extenuación. A la extenuación moral. Había que hacer algo, y Vázquez sabía qué. Lo sabía desde hacía mucho, porque desde hacía mucho lo venía haciendo.
.../... Continúa en el siguiente post >>
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Ser culto es el único modo de ser libre. Ser bueno es el único modo de ser dichoso.
J. Martí
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