jueves, 25 de febrero de 2010

Un week end en La Habana


Un week end en La Habana: novela de Cecilio R. Font
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Un Weekend en La Habana» [Editorial Cidral, New York, 2009], es una novela breve que, en sus 73 páginas, origina un conjunto de positivas percepciones sobre las artes narrativas de Cecilio R. Font (n. 1942), largamente radicado en Nueva York. Esta es la primera novela de quien, anteriormente, ha publicado varios libros de cuentos. Font es uno de los escritores de San Sebastián del Pepino (Puerto Rico) más creativos e intelectualmente equipados.

La influencia de Alejo Carpentier, con su lema «todo es un juego» para explicar las «incongruencias temporales», de los cronopios (o el paso fantasmal de la memoria del pasado al presente) de Julio Cortázar, lecturas del cubano Orlando Quiroga para sustanciar la influencia de la mafia en la vida nocturna de la Cuba prerrevolucionaria, se suman a la fuente inmediata de su inspiración motivadora para escribir esta novela, que fue su lectura de un libro de Rosa Lowinger y Ofelia Fox, «Tropicana Nights Hancourt» (2005). Cecilio R. Font (CFR) añade al relato novelesco, como elementos empotrados, cuentos titulados con el anagrama, leído de derecha a izquierda, del término «Cronopios» para que equivalga al exótico Soipomorc.

No hay necesidad de que esta confesión se añada al relato; pero, en la descripción de su estética, intencionalidad o método narrativo, destaca lo que sucede en su libro, esto es, que como creador literario inventa un «análisis siquiátrico, sicológico». El analista del comportamiento tiene, al hacerlo, una «forma de hacer novela, la literatura de análisis como lo hace Stendhal». Como parte de las «historias fingidas» de la novela, contrapuestas a las «verdaderas» de los cuentos de «Soiponorc», crea un personaje, o protagonista colectivo, que es la música. Font Ríos ama la música, de los danzones al bolero, y con el manuscrito de su novela, me ha enviado otra muestra de su capacidad investigativa y su interés por el Caribe. Es el libro «La música en Puerto Rico» [Editorial Cidral, New York, 2009], que son 83 páginas que nos pasean por la pasión emocional e intelectual que él pone en la música, su interés por sus orígenes,
evolución y transmutaciones, a fin de proveer significados tónicos y espirituales a la vida. La música es cura y terapia y Font reflexiona mucho sobre la misma.

En la novela, como prefacio a ese ambiente de bolero cubano del que salpicará su relato, donde muchos de sus personajes son músicos, cantantes y gente del medio farandulero, analiza los versos del bolero Lágrimas Negras de Miguel Matamoros; lo asocia a la sociología, no sólo en los campos del sufrimiento y perdón por los amores no correspondidos, sino a los campos del trabajo opresivo y la explotación social del negro. Al citar las bellas letras de Matamoros, habla de otros abandonos y cómo el sufrido lo transmuta en lágrimas de perdón, hasta cuanto es posible, porque al decir de Pedro Albizu Campos, «el odio embrutece» y ante los males sociales no soluciona nada.

Este prefacio de «Lágrimas Negras» es necesario para conocer el pathos de la novela y la función de la música como protagonista en la historia que él nos cuenta. Font Ríos ha dedicado el libro a la Revolución Cubana, «por acoger a los desamparados» y, de un modo más
personal, a su padre, porque éste vivió huérfano desde la edad de 9 años. El abandono inspira luchas y templa las almas.

Como dice Font Ríos: la trama que se contiene en «Un Weekend en La Habana» es sencilla:
«La mafia americana en Chicago controla la mafia de Cuba a través de Meyer Lansky, de Salvatore Luciano y de Amieto Batistini… Un fin de semana, cuando los barbudos van a echar a Batista del poder, la mafia de Chicago va a cobrarse la deuda de un millón de dólares que le deben. Sabe que si los barbudos llegan al poder, vendrán dificultades. Planean robar dinero y joyas, más cuadros valiosos de Poglioti, Mariano Rodríguez y Servando Cabrera. Ese fin de semana, Liberace, el Anacobero, Nat King Cole y Machito se presentan en el Club Tropicana de La Habana. En eso llegó Fidel y pasó lo que pasó» [Cecilio R. Font, loc. cit., 5]
LOS PERSONAJES: Antes de iniciar a identificar rasgos en torno a esta narrativa que CFR nos ofrece, vale repararse en la observación siguiente que incluye en la novela: «La física cuántica nos muestra que el electrón puede estar en dos lugares simultáneamente y que debido a la incertidumbre [principio de incertidumbre de Heisenberg], este concepto es real. La teoría moderna del modelo atómico o modelo standard muestra que la materia vibra y hay vibración universal, como lo sugieren los budistas hace miles de años. El mantra no es asunto de juego».
Detrás de estas declaraciones de Font, lo que discierno es un fondo para su trama que tiene que ver con cronopios, no necesariamente como las personas ficticias que aparecen en los relatos de «Historias de cronopios y de famas» (1962) de Julio Cortázar. No creo que estos cronopios de Font plantéen entidades o criaturas metafísicas, sino que como las ‘famas’ y ‘cronopios’ de Cortázar, los suyos viajan y comunican una memoria y de ésto se tratan muchos de los personajes que veremos, viajeros del tiempo, hijos de la paradoja de los gemelos y la teoría especial sobre la relatividad que arguye el fenómeno del «tiempo dilatado», así como «gravitational time dilation», en la que la leyes de la física pudieran dar cabida a viajes hacia el pasado («backwards time travel»), no sólo hacia un futuro probable.
El primer personaje que CFR presenta es un cronopio / o persona / que en esta ficción novelesca sirve para marcar el espacio de acción [«desde el Café La Marina hasta el Club Los Marinos, en el Paseo de Céspedes. Llegaría hasta el bar de El Globo»]. Este el ambiente habanero al que, en rutina temporal, reciprocarán otros personajes / o voces / que se unen a Brik el Rojo para contar la historia del robo y el triunfo revolucionario. «Johannes Dierick Van der Walls» es un cronopio y su alias es sugerente. Es más conocido como Brik el Rojo y, por la descripción que CFR, da acerca de él, llega fácilmente a nuestra atención otro tipo de alusividad, o paralelismo: Erik el Rojo, el fundador de Groenlandia. En La Saga de Erik el guelecola, se describe a varios navegantes noruegos, entre ellos Erik, que llegan a Groenlandia. Se trata de Erik y su familia, quienes huyeron por causa de cierta matanza, estableciéndose en Islandia, de donde volvió a
ser exiliado por asesinatos hacia el año 982.
En términos generales, de la citada Saga se desprende el simbolismo del cronopio que descubre una isla. Ahora, con Brik el Rojo del relato de Font, no es Islandia, sino Cuba. El cronopio Brik viaja desde un pasado remoto, como si fuese el descubridor de Groenlandia que anda buscando algo, a una más reciente modernidad. Brik si tiene el espíritu de descubrimiento y quiere algo: una «orquídea negra, que le habían dicho que existía en Cuba». Y, si bien se había dado por vencido en tal búsqueda y experimentación con su cultivo de mutaciones, hasta que conoce a Guillermo de la Torre y Huerta, otro viajero del tiempo, es que la reanuda. CFR nos desafía con estos juegos de perspectivas de realidad, en los que la verdad histórica no se colapsa enteramente ante los introducidos elementos de acronía. Por oblicuas razones, el Brik el Rojo de Font mienta de algún modo otro fantasma cronopial: Dany el Rojo [Daniel Cohn-Bendit, 1945- ]. Un
revolucionario. La cercanía sonora de «brik» con «brick» sugiere un ladrillo rojo para construir la casa de un relato político-policial.
Dany el Rojo fue apátrida hasta la edad de 18 años cuando tomó la nacionalidad alemana para no hacer su servicio militar. De regreso a Francia, se hace miembro de la Fédération Anarchiste de Francia, la abandona en 1967 y se vuelve uno de los líderes del movimiento universitario del Mayo del ‘68. Después de su protagonismo durante los acontecimientos de Mayo del 68 es expulsado del territorio francés, y prohibido su regreso al territorio hasta 1978, se fue a vivir a Alemania donde deja la vida política. Explicaré más tarde por qué Brik el Rojo es parte de ese ambiente acrónico, pero, real en la novela.
Volvamos otra vez a un personaje que CFR presentara: Guillermo de la Torre y la Huerta. En una novela que se centrará en contar el derrocamiento por las tropas dfel Movimiento 26 de Julio de Fidel Castro contra dictador Fulgencio Batista, apoyado por los EE.UU., ¿qué representaría Carlos de la Torre y de la Huerta Huerta (1858-1950)? Pues no otra cosa que un cronopio. Murió 9 años antes del derrocamiento del primero de enero de 1959. No vio siquiera la amnistía política que, por la amplia presión contra Batista, hizo que se liberaran los prisioneros políticos, incluyendo a los hermanos Fidel y Raúl Castro, condenado por el Ataque al Cuartel Moncada. Pero CFR hace un buen trabajo presentando al médico, farmacólogo y malacólogo, que destacara como uno de los naturalistas más destacados de su época. De la Torre es lo que pudo haber sido el Ché Guevara, quien fue médico también, si no se hubiese metido a revolucionaio… ¿Por qué es
importante para el autor presentar a un investigador de moluscos, especímenes vivos y paleontológicos? Cuando el personaje hace su irrupción en la novela, durante un pasaje en que es presentado por Levi Marrero a Brik el Rojo, una de las cosas que De la Torre dice es: «Mi intención es crear antropólogos y malacólogos en la isla de Cuba y en América». Pese al ambiente de jarana, corrupción y carnaval, que existía en la Cuba batistiana había otro Cuba intelectual que explorar, al margen de aquella mediocridad burguesa. El Ché habría dicho que su misión es fundar hospitales en esos mismos mundos.
Hay otro personaje que viene del pasado que se dilatará hasta el ‘presente’ prerrevolucionario y CFR presentará en 1959: Chano Pozo. Este es uno que murió a diez años de distancia o anterioridad a lo que se cuenta por Font Ríos. Su presencia en la novela sirve para exponer dos factores que están presentes en el ambiente musical y empresarial de la dictadura. Cuando vivía Luciano Chano Pozo (1915 -1948), percusionista, cantante, bailarín y compositor, que jugaría un importante papel en la fundación del Jazz Latino, los hoteles El Tropicana y El Presidente, no daban empleo a la gente de piel oscura, negros o mulatos. Se asumía que los ricos de los EE.UU. y de Europa se sentirían ofendidos de verlos en cualquier rama de servicio en sus paraísos de diversión. Chano Pozo, devoto de la santería, es quien romperará la barrera de la prohibición del empleo.
La presencia de Pozo en la obra no es sólo un signo de su importancia en el mundo de la música, en particular, en El Tropicana, lugar que, bajo la administración de Martin Fox, floreció hasta convertirse en uno de los centros de entretenimiento más conocidos del mundo. Lo que destila este espectro cronopial de CRF es cómo a macha-martillos el talento musical comienza entrando donde no se le quiso, por el carácter esencialmente racista del blanco déspota cubano. En un estudio de Frank A. Guridy sobre «Afro-Cuban / African American interaction during the 1930s and 1940s», publicado por la revista «Radical History Review», se relata la visita de Arthur W. Mitchell, congresista afroamericano por Chicago, Illinois, para pasar un feriado en Cuba. La intelectualidad le dio una bienvenida entusiasta, sabiéndose que, en ese entonces, era «the only African American serving in the U.S. Congress». Sin embargo, el fervor fue empañado de su visita fue
cuando él y su esposa, Annie Harris Mitchell, y otros invitados suyos, sufrieron la discriminación racial, no obteniendo una mesa para cenar en el Hotel Saratoga de la La Habana. Así era la norma en los decenios ‘30 y ‘40 [RHR 87 (2003) 19-48: Duke University Press]. Cuando Pozo irrumpe en esos escenarios acrónicos de esta novela, son otros tiempos de El Tropicana y de la actitud racial, porque el Caso Mitchell originó que se hicieron petiones al Presidente de la República de Cuba para que se expulsara del país al dueño del hotel «for violating the Cuban constitution and for insulting this distinguished leader of the colored race».
En este momento de las postrimerías del ‘50, las Noches de Cabaret Tropicana, con sus mulatas, sería yb símbolo. muy distinto al de 1939, cuando abrió por primera vez y Pozo no se podía ni asomar… Ahora la oferta de comedia, canción, baile y teatro, incluye al negro. En los salones de comedor de El Tropicana, bajo la administración de Rafael Mascaró y Luis Bular, puede verse a Pozo que campeará por sus respetos y visitantes como Ava Gardner, Ernest Hemingway, Carmen Miranda, Josephine Baker, Liberace y Tyrone Power, aplaudiend a Nat King Cole. CFR nos recuerda a que se debe el cambio: «El Club Tropicana fue el hogar del Embajador norteamericano en Cuba. Abrió sus puertas por primera vez en 1939, siendo parecido a Las Vegas. Se hizo famoso el Congo Panters Review. En 1950 cambió de dueño, Martin Fox», quien tenía el monopolio de las máquinas traganíqueles. «Unos doscientos artistas bailaban», dirá CFR para explicar el lujo de sus
espectáculos, a un costo de $15,000 por noche, más un premio de bingo de $10,000.
En la novela, Chano tiene diálogos con Brik el Rojo, Pepe Lazo, Sara Echeandía y otros. Las escenas descritas en torno a él están llenas de peligro, vaticinios o expectativas sobre el futuro y él es la voz que lo avisa, por ejemplo cuando después de un tiroteo, comenta y pide que se protejan a sus amigos que son testigos en El Floridita: «Esta revolución va en serio, nos agujeran el trasero. Detrás de ese mostrador, ahora». El ambiente de inseguridad se explicaba por la inminencia de la bajada de los «barbudos» de Sierra Maestra. Como indicio de lo que fue La Habana antes de que ésto sucediera:
«Escucharon unas detonaciones y observaron un grupo de soldados disparando sobre unos barbudos que salían de la Estación Central del tren. Justo al frente. [...] –¡Al suelo!–, gritó Pepe, –nos matan». [CFR, loc. cit., 12]
Las conversaciones, en torno a si habrá o no cambio en Cuba, tras el advenimiento de los barbudos, sirven para presentar otros cronopios. Después del incidente de la súbita balacera, Chano Pozo conversa con Sara Echeandía, otro personaje acrónico del que su descripción asigna que es «una bruja de Zagarramurdi, Navarra». En la narración, CFR indica que vive en «un caserío tíopico de El Vedado». En Cuba representaría, un sector exclusivo de adinerados. Sin embargo, la presencia de Sara Echeandía en la novela tiene códigos más amplios en el metarrelato. Sara es un personaje pepiniano, es decir, del pueblo borincano del que CFR procede. Su pueblo natal. Y lo que hace bruja a Sara es algo que habría que ser conocedor de esa familia, la diversidad de caracteres entre las hermanas y de la historia pepiniana para entenderlo. Entre las hermanas, está Tomasa quien, en 1898, vio su casa atacada e incendiada por los rebeldes de las Partidas
Sediciosas, grupos anti-españoles, influídos por el anarquismo. Tomasa fue la viuda de José F. Zagarramurdi Tornería.
Sara es hermana de Teresa, Tomasa, Chilín y Marcianita Echeandía Font, quien fue una feminista, separatista, nacionalista y socialista, en una familia ultraconservadora y defensora del capitalismo a ultranza. Es imaginativa su tarea de disfrazar el personaje real, trasladando su personalidad a otra tierra y tiempo. Aludiéndola con actitudes de simpatía revolucionaria, por lo que, seguramente, CFR toma el modelo, no de Sara, sino de su hermanita Marcianita Echenadía. «Era una mujer de familia rica, pero su familia era dueña de un ingenio azucarero en Las Tunas. El aministrador era Abarca, su marido. La casa recordaba una vascuence».
Ahora Sara es una lectora del destino. Con imaginación, CFR dice «luego de encomendase a los illargui (muertos) y al Tartaleo, el cíclope vascuence», examina los destinos de Benigno, cuya esposa fue una víctima de Batista, asesinato que desea vengar, Chano Pozo, Ernesto, Erik y otros, posiblemente, Pompo y Urbano. «Ese día la visitaban tres jóvenes barbudos, Benigno, Pompo y Urbanop, todos de la Sierra Maestra».
Con la consulta de Chano Pozo con la «palera» o bruja Sara, CFR se da mañas para insertar el tema de Puerto Rico y sus poetas. Ella le llega a predecir a Chano Pozo su muerte en Harlem, Nueva York. Es sabido que Pozo fue asesinado, a la edad de 33 años, durante una discusión sobre la calidad de una bolsita de marijuana. A Benigno lo ve involucrado con el Ché Guevara en Chile y Bolivia; a Brik le augura su regreso a Holanda. A Erik el Rojo le habla de un mutuo amigo boricua, Evaristo Ribera Chevremont, «aquel amigo del puñal», cosmopolita, conocedor de Nicolás Guillén y que, con Manuel Joglar Cacho, Palés Matos y Lloréns, «se pasa el tiempo escribiendo poesías del trópico». El símbolo del puñal, por explicación de Sara, alude al honor, a la decencia que se priva del tratar con prostitutas como diversión, como es típico en La Habana de ese tiempo y el turismo vocinglero.
No son sólo autores de literatura puertorriqueña la que se contextualiza en este weekend de ficciones habaneras de CFR. Hay una mención a la visita de Federico García Lorca a Cuba y Gabriel García Márquez aparece en diálogio, con Mario Vargas Llosa y Miguel Angel Asturias. Conversan sobre música, literatura y cómo el primero conoció al Ché Guevara y al Comandante Castro durante el «bogotazo».
«Mario, hablo de la transformación social de Latinoamérica, del abuso, del juego limpio, de una ballena de la abundancia para los pobres», dice Miguel Angel Asturias. «Para un pueblo hambriento e inactivo, la sola forma en que Dios puede aparecer es la de trabajo y comida. Pero, sabemos para obrar, como hombres de pensamiento, debemos pensar como hombres de acción, como decía Bergson» [loc. cit, 28]. Esto es parte de lo que conversan los periodiatas de Prensa Latina y la Revista Bohemia.
La visión romántica de la Revolución («Los veo a los tres juntos en esa empresa, en Chile»), o el deseo de exportarla, tiene para ese tiempo los contextos inspiradores; pero también los expedientes de fracaso, porque no se puede hablar sobre la Revolución Cubana sin recordar el Movimiento de la Reforma Universitaria latinoamericana que, en 1944, derrocó al dictador Ubico e impuso un sistema democrático por primera vez en la historia guatemalteca. Cuando Juan José Arévalo es electo presidente se hablaba de cierta ideología que él denominaba «socialismo espiritual».
Más cercano al tiempo de la Revolución Cubana fue la elección del coronel Jacobo Arbenz en 1951, creaor de un importante proceso de reforma agraria en 1952, que afectó seriamente los intereses de la empresa estadounidense United Fruit. El presidente Eisenhower lo acusó de comunista, desestabilizó su gobierno y finalmente lo remató con un golpe de Estado al mando del Coronel Carlos Castillo de Armas. Sin embargo, es Bolivia y el gobierno populista de Juan Domingo Perón en Argentina, los que más influyen en el Movimiento 26 de Julio para conformar la ideología y rumbo de la Revolucion. Castro estuvo en Bogotá en 1948 promocionando un encuentro estudiantil peronista cuando participó en el llamado bogotazo a la muerte de Gaitán. Es curiosa la carta o memoramdum que CFR reproduce, con fecha de noviembre de 1957, para perfllar la percepción que la CIA tiene de Fidel Castro, carta que aprovecha para dar los antecedentes de su padre y «grandes
conflictos internos» en Fidel porque es el hijo de una doméstica que servía a los Castro. Este es su retrato de Castro, a partir del presunto documento de la CIA:
«Posee una oratoria exepcional y un ego enorme. Cree que el fin justifica los medios. Emplea la mentira. Cree que nació para transformar el muno y piensa a veces que es el hijo de Cristo. Posee el síndrome del Jordán, esto es, esta conveniencia o poder dar vida donde no la hay. Piensa que tiene razón en todo y organiza el levantamiento contra Batista con el Movimiento 26 de Julio y el ataque al Cuartel Moncada.
No es comunista, pero tomaría ese rumbo si lo necesita para su revolución. Nada contra la revolución, Mussolini decía. Nada contra el Estado. Se cree que mató a varios enemigos políticos. No tiene remordimientos y debe vigilarse porque desea exportar su revolución a Latinoamérica. Fin del informe __» [CFR, loc cit. 29]
En la misma casa de Sara Echeandía en El Vedado, se nos presenta al subsiguiente personaje. Es Luis Bular. Operador de los casinos de La Habana, alguien que «daba la impresión de vivir despistado»; pero, es seguido por los esbirros del Coronel batistiano Sosa Blanco, según lo advierte Sara Echeandía. Este el hombre que se describe como «un Playboy barato que acompañaba a veces a Guillo Salazar, uno que caminaba por Europa con Porfirio Rubirosa en Europa para disimular». Salazar es un doble agente de Castro que a la vez se ha involucrado al servicio de la CIA, por la vía de Trujillo y Batista. Es el «Clark Gable habanero». Luis Bular, aunque nadie lo supiera, era «a mano derecha de Castro».
Con el pretexto de Luis Bular, CFR presenta otro cronopio. Uno de sus parientes reales, como Sara Echeandía Font. Ahora oculta al personaje y le da magia con el nombre de Txilin Echeandía, «el hermano de Sara». Utilizando los contextos cubanos de la trama, se trasladan las anécdotas por las que Chilín Echeandía, el pepiniano y verdadero en la genealogía y elucidarios históricos puertorriqueños, es conocido. Veamos algunas cosas que CFR dice que correponden a hechos ocurridos en Puerto Rico:
«Txilin era el rey de la cárcel y afura de ésta… [...] Txilin se ponía con los pies hacia arriba y caminaba con las manos al tiempo que gritaba como Tarzán… [...] Para él, la vida no valía nada. ‘Respeto a las mujeres y desafío hasta la misma muerte. Se comentaba que el puente sobre el Marneeh Chateau Tierry, a cien kilómetros al noreste de París, no cayó en manos de los alemanes por la defensa que habían protagonizado Getulio Echeandía y un hermano de Txilin y Rodrigo Font Echeandía, un primo suyo, que murió en ese enfrentamiento, días después antes del Armisticio…
En su adolescencia, Txilin mató a un jugador de apellido Collazo. La policía fue a buscarlo a su casa y él los acompañó con dos pistolas calibre 5 al cinto. El juez lo conocía y lo dejó en libertad condicional hasta el juicio. El cumplió. Volvió al juicio con las dos pistolas cargadas. Al salir culpable le dejó las pistolas a los policías que le habían aprehendido. [...] El decía a los jueces: Pónganse de acuerdo. O me mandan al calabozo o al manicomio, y con su permiso, me voy a dormir [...] Txilinnera un esquizofrénico, una víctima. Su padre lo castigaba físicamente, sin comprender que lo suyo era una enfermedad incurable… [...[ Txilin mató a dos enemigos con un cartucho de dinamita. Le puso los cartuchos en el trasero mientras los amarraba y los observaba a los ojos ese miedo del que va a morir. Txilin ni pestañeó» [CFR, loc. cit., 30 y 31].
A este «Chilín, el Malo», gánster, ex-convicto, desde niño guapo de barrio y antisocial en el Pueblo del Pepino, el novelista lo hace parte de esta historia mafiosa en La Habana. «A través de Txilin», Martin (Fox), «conoció a Luis el Patón» (por su cojera), que es un boricua al servicio de la Mafia de Lansky, «boricua muy valiente, de Caguas», a quien «mataron y lo dejaron hecho pedacitos en Chicago por meterse contra la mafia china». Es otro puertorriqueño quien en Chicago presenta a Martin con Lansky. En este caso, se trata del cantante Daniel Santos, el Anacobero.
Otro personaje que me parece importante en la novela es el Embajador de EE.UU. en Cuba, Spruille Braden, cuya actitud intervencionista se puede rastrear al año 1944, aunque, por otro lado, «as U.S. Ambassador to Cuba, Braden helped make possible the free elections in which President-Dictator Juan Batista’s regime was voted out». De Mr. Braden, la voz narradora omnisciente de Font dice, que éste:
«… había discutido con Mr. Heever, Secretario de Estado, el asunto de los barbudos. En caso de nacionalizar las propiedades norteameicanas en Cuba, las refinerías, ingenios azucareros, bancos, hoteles, terrenos, fábricas, tratarían el asunto como el caso Arbenz en Guatemala. Derrocarían a Castro». [CFR, loc. cit., 23]
Obviamente, no entendemos a ésta con como una novela histórica, o de tesis, en la haya una documentación fidedigna y siempre precisa de la data histórica. Alerto como autor que es un juego y que se divierte poniendo todos los elementos juntos para aquella realidad prerrevolucionaria él que ficcionaliza: la mafia en los hoteles y casinos, la música cubana como personaje colectivo, los periodistas y corresponsales del Times jugando sus papeles de espías e informantes, el papel de los santeros y la negritud, etc. De hecho, la misma casa de la poeta Dulce Loynaz adquiere la misma importancia que el lujoso club El Tropicana.
Por el libro «Cuba confidential: Love and vengeance in Miami and Havana» [2003] de Ann Louise Bardach sabemos que para 1956, Ricardo Masferrer y sus Tigres, grupo paramilitar activo durante los años de Batista, que rancheaba familias. Los detalles que CFR ofrece en su novela sobre este personaje son más novelescos. Lo llama «El Cojo» y explica su afiliación y veteranía adscrito a las Brigadas Internacionales durante la Guerra Civil española, la fundación del Movimiento Socialista Revolucionario en Cuba por él y otros detalles. «Deseaba matar a Trujillo. Finalmente, llegaría al Senado de Cuba y formaría una ganga respetable. En Santiago de Cuba, su banda se conocía como Los Tigres y era muy sanguinaria» (loc. cit, 35], pero este detalle es sorprendente. «Respaldaba a Batista» (ibid). No en balde Martin lo consulta. Es un socialista de nombre, traidor del ideal.
El personaje que se mantiene más discreto en la novela es Meyer Lansky., Ausente de cualquier diálogo directo, sobre él es de quien habla todo el mundo. En torno a él, florecen los rumores. Resulta igual con Castro. Toda la novela gravita entre este par de opuestos. Castro es el guerrillero que con su triunfo en 1959 cambiará el clima de inversiones de la mafia en Cuba. Lansky, asociado de Lucky Luciano, es la persona que desde el decenio de 1930 echó las bases caribeñas para los sindicatos del Crimen Organizado y las ganancias ilegales. «He invested their illegal profits in an assortment of lucrative gambling ventures» [Ann Louise Bardach]. Miembro del hampa judía e italiana, estaba oficialmente a cargo de las concesiones de casinos en Cuba, designado por Fulgencio Batista Zaldívar mismo. Más condescendiente que con Luciano, el dictador Batista simpatizaba con Lansky y la amistad y negocios entre ellos habría de durar casi tres decenios.
Batista fue quien ofreció a Lansky y la Mafia el control de los casinos e hipódromos, así como las apuestas a grande escala y su gobierno «would match, dollar for dollar, any hotel investment over $1 million, which would include a casino license». Y siendo Lansky, socio de Luciano, era incómoda la presión del gobierno estadounidense para que Cuba deportara a Luciano, quien en 1947, «violating his parole, went to Cuba» [Hank Messick, Burt Goldblatt: «The mobs and the Mafia: illustrated history of organized crime». Crowell Publishing, 1972].
En su prefacio, CFR anuncia que «pasó lo que pasó», pero no dice qué después de ese fin de semana de 1958, cuando Batista preparaba su fuga a la República Dominicana ante la inminencia del arribo de Castro. Lo que pasó y sirva como final de este ensayo: Lansky celebró sus ganancias por $3 millones en el primer año de sus operaciones como hotelero, dueño del Habana Riviera, cuya construcción e inversión fue por $18 millones. Antes que Fidel llegara a La Habana el 8 de enero, después del robo, Lansky huyó un día antes. «Many of the casinos were looted and destroyed that night, including several of Lansky’s». Se atacaron los casinos y propiedades de hotel. El nuevo presidente cubano, Manuel Urrutia Lleó, cerró y nacionalizó tales propiedades y casinos. Para 1960, los juegos de casinos son declarados ilegales. Se calcula que Lansky’ perdió un mínimo de $7 millones.

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