jueves, 25 de febrero de 2010
¡Cuba, Cuba!
¡CUBA, CUBA!
9 HISTORIAS VERÍDICAS DE LA VIDA EN LA ISLA
Rubén Cortés
Un periodista cubano
Rafael Rojas
Cuba es un país de buenos periodistas, con la prensa amordazada. La segunda mitad de la paradoja tiene una explicación simple: en el artículo 53° de la Constitución Socialista se establece que todos los medios de comunicación “son propiedad estatal y no pueden ser objeto, en ningún caso, de propiedad privada”. La primera mitad requiere de una explicación más sofisticada.
Cuba fue un país con una esfera pública, moderna y plural, desde fines del siglo XVIII. A pesar del régimen colonial y esclavista, durante el siglo XIX la isla contó con publicaciones independientes y críticas. A pesar de la soberanía limitada y de dos breves gobiernos autoritarios, el de Machado y el de Batista, la prensa, la radio y la televisión cubanas, en la primera mitad del siglo XX, fueron de las más profesionales y avanzadas de América Latina.
Cuando el Estado cerró o intervino los principales medios de la isla, entre 1960 y 1965, muchos de aquellos buenos periodistas se exiliaron. Los que se quedaron, que también eran buenos, se insertaron en los medios oficiales y crearon las nuevas instituciones educativas del periodismo “revolucionario”. Por esas instituciones y por esos medios pasaron algunos de los escritores cubanos más conocidos de las últimas generaciones: Raúl Rivero, Norberto Fuentes, Manuel Pereira, Eliseo Alberto, Leonardo Padura, Senel Paz, Pedro Juan Gutiérrez…
El periodista cubano Rubén Cortés, exiliado en México desde 1995, proviene de esa tradición de buen periodismo en un país sin libertad de expresión. Su libro ¡Cuba, Cuba! Nueve historias verídicas de la vida en la isla (2009), publicado en México por Cal y Arena, la editorial del grupo Nexos, es una buena muestra de ambas cosas: de la alta calidad de los periodistas cubanos y del cierre de la esfera pública insular.
Cortés realizó varios viajes a La Habana entre el 2006 y el 2008, los tres primeros años de la sucesión encabezada por Raúl Castro, tras la convalecencia de su hermano, y armó nueve reportajes con una mirada desde abajo, desde la vida cotidiana del ciudadano común. Cortés ha hecho una intervención parecida a la de los antropólogos: se ha puesto en la piel de los cubanos de la isla, siendo, no un reportero extranjero, sino un periodista exiliado.
En cada uno de los reportajes de Cortés se reconstruye, con cuidado exquisito, la vida cotidiana en la isla. Leyendo este libro se aprende a vivir esa vida que el exiliado abandonó y a recordar la complejidad de ese mundo sometido a los estereotipos y las caricaturas de la prensa oficial. La visión de Cuba que trasmite Cortés es sumamente amplia, ya que no excluye de esa “realidad cubana” a Miami. La “isla” entera de que habla Cortés es el archipiélago más todos sus exilios.
La mejor reseña de este libro tal vez sea la nota de contraportada “Una Cuba reveladora”, escrita por Pedro Juan Gutiérrez:
“En estas historias cubanas uno se entera de todo (cuando digo de todo, es todo), desde por qué hay quienes no desean emigrar hasta cuántos años van a la cárcel por matar una vaca, pasando por cómo les va a los búfalos que le regalaron los vietnamitas a Fidel Castro, qué ha sido del hombre nuevo, a quién dedicaron Pedro Junco Nosotros y Polo Montañez Un montón de estrellas, cómo son los cubanos de Miami, del policía que le puso una multa a Silvio Rodríguez, cómo era Hemingway en Key West y en La Habana, o la hermosa historia de justicia del pelotero Rey Vicente Anglada”.
*Publicado en el Blog "Libros del crepúsculo", de Rafael Rojas.
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Ser culto es el único modo de ser libre. Ser bueno es el único modo de ser dichoso.
J. Martí
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