domingo, 21 de febrero de 2010

Un homenaje a La Habana


LA HABANA, ESA ALUCINACIÓN
La Habana, esa alucinación.
por Abilio Estévez.
[fragmentos].


Nací en La Habana y nunca he vivido en otro lugar. No me fue dada la emoción del provinciano que llega a la gran ciudad. Sin embargo, desde que tuve uso de razón, como suele decirse, La Habana era un espacio distante, un territorio que de algún modo no me pertenecía, un sitio de donde venía y adonde iba, pero que no era aquel en el que estaba. .../...

Ibamos al Mercado Único, que estaba en la calle Monte, muy cerca de Belascoaín. El viejo edificio se veía repleto de cuantas cosas podían ser vendidas: flores, juguetes, hortalizas, viandas, especias, frutas tropicales (mangos, guanábanas, cocos, papayas, naranjas, plátanos, mameyes, anones...), colonias baratas, yerbas para el cuerpo (y para el alma), animales (vivos y muertos), exvotos, imagenes de santos en barro muy tosco... A la algarabía de las aves encerradas en sus jaulas, a la algarabía de los pregoneros, se unía la música estruendosa, los acordes de alguna charanga, las voces asombrosas de Beny Moré o de Celia Cruz, en mi Cuba se da una mata, que sin permiso no se puede tumbá..., que a duras penas lograban acallar el vocerío de los que regateaban el precio de las mercancias.
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La Habana fue llamada por Alejo Carpentier La ciudad de las columnas, esas columnas que salvan lo más que pueden del sol y de la lluvia. Desde la calle Reina, la calle Galiano baja con gracia hasta el Malecón, hasta el encuentro con el mar. Tomaba yo después la calle San Rafael, más intima, más apretada, más humana. Me sorprendían las aceras de granito verde y oro, las vidrieras de las tiendas, la porfiada distinción de los antiguos hoteles. .../... Había una calma extraña en aquel tumulto. Un desasosiego sosegado. Un lento apuro. El habanero ha aprendido a apurarse con calma. Y si no ha aprendido, es que ha sido obligado por el sol brutal, inexorable. Por la luz (pero ya hablaré de la luz). O por la Historia. El habanero ha aprendido el valor de su pereza y ha sabido utilizarla para defenderse de la violencia con la que lo golpea la vida cotidiana. En La Habana el tiempo avanza detenido, o no avanza, somos quizá nosotros lo que intentamos deslizarnos por entre un muro de tiempo. La inmovilidad ha sido nuestra única movilidad. .../...

Ha hecho un dia bellisimo, lo que no obsta para que en la tarde el cielo se oscurezca de modo concluyente, caigan dos o tres centellas (que nos hagan santiguarnos, prenderle velas a Changó-Santa Barbará bendita en su altar rojo) y rompa por fin a llover. La lluvia de La Habana: rotunda, definitiva. La lluvia de La Habana hace que todo se suspenda, se detenga aún más. La luvia de La Habana haciendo todavía másinmovil la inmovilidad de nuestras vidas. La ciudad de borra y es más que nunca un engaño. .../...

Se odia a una ciudad como se la ama. Se odian las paredes mugrientas y despintadas, las calles pestilentes, donde hace dias que no se recoge la basura, y donde hay una apagada luz de desidia y una sombra de desesperanza. Se odia una ciudad donde uno siente que no tiene nada que hacer. Se odia la permanente necesidad de huir. Se aman, sin embargo, esas mismas paredes y esas mismas calles, y hasta esa fuerza que te obliga a repudiarla. Y lo más sorprendente: cuando estás lejos quieres regresar, para seguir oiándola y seguir amándola con igual fervor, con igual necesidad. Quieres librarte de ella y no quieres librarte de ella. Es fatal, como el propio cuerpo, como la propia familia. Una ciudad es un destino. .../...

Aquí están los cuerpos. Semidesnudos y espléndidos. A cualquier hora y en cualquier lugar. En los parques y en las plazas, en las iglesias y en los estadios, en las cuarterías y en los hospitales, en los bosques y en los páramos, en las playas. Pareciera como si a medida que la ciudad se fuera destruyendo, los cuerpos humanos, por extraña ley de contradicción, se fueran haciendo más hermosos. Ahora La Habana se ha convertido en una ciudad de edificios semiderruidos, de pobreza y calles sucias; también de mujeres y hombres de una belleza que (puedo jurarlo) dan ganas de llorar. La felicidad del mestizaje ha encontrado su reino aquí. Ahí están los cuerpos con encanto que salta por encima de consideracines de razas. Hay bellezas negras, mulatas, chinas y blancas (a veces de una blancura que parece escandinava). Los cuerpos se muestran con dichoso descaro. Es la necesidad del habanero de vencer el calor, la humedad, la luz y la fatalidad de la Historia. Cuando se vive en el sopor de las alucinaciones, el cuerpo reclama su parte. .../...

Aquí la verdadera tierra prometida ha sido siempre el mar. La Habana mira al mar como si en él no sólo estuviera el peligro, sino también la esperanza. El mar es en efecto, una esperanza peligrosa. No importa que corroa día a día los edificios, que se enfurezca en la temporada ciclónica, que se lance desesperadamente por encima del muro del Malecón, que penetre destructor en zonas bajas de la ciudad. El mar resulta una promesa, o mejor: una fe. Tanto la amenaza como la salvación vienen del mar. Hace pocos ños, miles de habaneros se lanzaron a la aventura del mar en balsas notables por su precariedad. En Cojímar, en La Puntilla, en el mismo Malecón los ví zarpar (no sé si "zarpar" sea la palabra justa), en apretadas tablas sobre gomas de camiones. Por supusto iban casi desnudos y contentos. Por supuesto los oí cantar. Tenían un escaso momento de debilidad cuando se despedían de los familiares que quedaban en la orilla, aquellos familiares que quedaban aferrados al hastío reseco ya de crueles anhelos aún sueña en el último adiós de los pañuelos, que decía Mallarmé. Luego, salían las balsas hacia el horizonte y los que en ellas iban no volvían a mirar atrás. (Escucha un consejo: cuando te marches no mires atrás; ten presente siempre el ejemplo de la mujer de Lot). .../...

Una anciana está sentada en un sillón de su jardín, a la sombra de un aguacatero. Le suelo preguntar "¿Que hace?" Sé lo que responderá, pero debo reconocer que me gusta escucharle la respuesta: "Aquí, hijo mio, esperando". Otro anciano ace la cola para comprar el periódico y repite la misma frase con exactitud que sorprende. Los jóvenes se sientan por las noches en los muros de la avenida, conversan o hacen silencio, y no sé si saben que esperan. No cabe duda: esperar es un verbo que en La Habana se conjuga demasiado. No hace falta saber qué se espera. No hace falta que haya algo preciso que esperar. La espera es una actitud que necesita muy poco para realizarse. .../... La historia de La Habana es la de una espera infinita. Todo cuanto ella hace, todo cuanto ella muestra (parques, árboles, calles, edificios, playas, bullicio) no es más que otra forma eficaz de enmascarar la espera. .../...

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Sirva esta transcripción de fragmentos literarios sobre La Habana, a modo de homenaje al brilante escritor habanero Abilio Estévez, cuyos libros me complace recomendar a los buenos lectores que con su visita honra estos humildes "Archivos de Barbarito":

- TUYO ES EL REINO

- EL HORIZONTE Y OTROS REGRESOS

- LOS PALACIOS DISTANTES

- INVENTARIO SECRETO DE LA HABANA

*Todos ellos podrán encontrarlos en la Colección Andanzas, de la Editorial Tusquets. Barcelona.

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Ser culto es el único modo de ser libre. Ser bueno es el único modo de ser dichoso.
J. Martí

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