martes, 23 de febrero de 2010

Un pueblo que sabe reirse de sí mismo


"Un pueblo que sabe reírse de sí mismo"

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Apreciad@s lectores/as y amantes de la Cultura cubana:

Bajo este título (de un artículo de Jorge Ferrer) doy inicio a la transcripción de una serie de posts temáticos. Espero que sean de su agrado; los lean, reflexionen, rían y piensen un rato. Es por Cuba...
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UN PUEBLO QUE SABE REÍRSE DE SÍ MISMO
Jorge Ferrer


Pocos tópicos sobre los cubanos se han demostrado más perdurables y arraigados que el que nos ve como a un pueblo que ríe. Que ha reído siempre. Que ríe demasiado. Que --saludable virtud-- sabe reírse de sí mismo.
Muy raras veces se libran las crónicas que hacen los extranjeros que han visitado Cuba del pasmo ante esa aptitud de sus habitantes para la jovialidad entre la pobreza, para intercalar carcajadas en el relato de sus miserias, para burlarse del gobierno y de su indefensión ante el poder omnímodo que soportan.

Para mofarse, en definitiva, de la propia circunstancia en que los coloca el sistema político vigente en la isla.

No se trata, ni mucho menos, de un rasgo que los cubanos ostentemos en exclusiva. Se ríe siempre, aunque muchas veces se ría para no llorar, que dicen quienes lo hacen desde la desesperación. Si en las sociedades libres el humor y la capacidad que tienen los ciudadanos para mofarse del poder y los poderosos sirve de aceite que optimiza el funcionamiento de los mecanismos que sustentan el orden democrático, también bajo los regímenes totalitarios el humor ha asomado siempre y ha funcionado en una doble dimensión: ha sido fármaco y ha significado un permanente reto al poder.

Ya Henri Bergson constataba a finales del siglo XIX la función social de la risa, una de ellas la de colocar a las instituciones y poderes públicos ante el insoportable desenfado de su capacidad desmitificadora. "La risa, algo humillante siempre para quien la motiva, es verdaderamente una especie de broma social pesada'', escribió Bergson, quien vindicaba la aptitud de la risa para servir de corrector de los desmanes del poder. El optimismo bergsoniano veía a la burla como una herramienta que evitaría que los gobernantes persistieran en sus errores.

En tanto fármaco --a veces anestésico--, hay testimonios sobrados de cómo el humor ha sabido colarse en sitios tan rabiosamente hostiles a la risa como los campos de concentración. La literatura ha sabido dar cuenta de esa insólita capacidad humana para la risa. Cuando Vasili Grossman narra en la monumental Vida y destino el instante en que un grupo de judíos ingresa a la cámara de gas, son separados por sexos y se escucha a un hombre gritarle a su mujer que no se olvide de ponerse el traje de baño, el lector asiste a la apoteosis del choteo, como los personajes asisten a la apoteosis de la crueldad. En tono mucho más modesto, en la Cuba republicana Miguel de Marcos convirtió en sátira a ratos hilarante la ola de suicidios que conoció el país que dejó de bailar la Danza de los Millones para danzar con la bancarrota y la miseria.

Aun sin llegar a esos extremos macabros, la historia de las dictaduras o las debacles nacionales es también la del humor que se les ha opuesto, ridiculizando al dictador y sus valedores, comparando --cuando tienen vedado hacerlo los discursos políticos o sociológicos-- la sinrazón del poder dictatorial con la dolce vita democrática.

El tópico de la ligereza de los cubanos, como discurso estructurado y científico, es tan viejo como la fundación de la República. Entonces apareció asociado a las dudas de los cubanos acerca de su madurez como pueblo capaz de construir una república independiente y próspera. De la "indolencia tropical'' que denunciaba Francisco Figueras en Cuba y su evolución colonial (1908) al "choteo'' que mereció la indagación de Jorge Mañach en su célebre conferencia leída en 1928 se hilvanó el discurso acerca de nuestra proclividad a la risa y la burla, nuestra resistencia a tomarnos en serio todo lo que participe de la gravedad de la política. También los elogios o vituperios al ejercicio de la trompetilla, que fuera arma nacional contra la impostura, la falsa gravedad y el teque.

La Indagación del choteo de Jorge Mañach, sin embargo, se suele leer apenas como un cáustico repaso de una presunta lacra de la psicología nacional --una buena excepción es la lectura propuesta por Duanel Díaz en Mañach o la República (2003)--, minusvalorando así el potencial didáctico y democratizante de la risa que Mañach defiende en la estela de Bergson.

Pero si el humor sirve para corregir los excesos del poder en los regímenes democráticos, ¿lo hace también bajo los totalitarismos? La conferencia de Mañach no ofrece respuestas a esa pregunta, porque fue escrita antes de que Cuba se iniciara en su ciclo dictatorial, pero conviene reparar en que tiene una reedición en 1955, bajo el segundo gobierno de Fulgencio Batista. Años, por cierto, en los que la censura no impedía que aparecieran publicaciones satíricas como Zig-Zag, a cuyos redactores enviaron sendas notas de agradecimiento los hermanos Castro y Ernesto Guevara fechadas tan pronto como en los días 2 y 4 de enero de 1959. Una premura de veras elocuente.

La historia del humor cubano durante el último medio siglo está por escribir, como por escribir está la historia de la contestación al gobierno. Repasará esa historia futura la manera en que el poder revolucionario se apropió del humor para desacreditar el régimen democrático anterior --así en programas tan exitosos como San Nicolás del Peladero, humor puesto al servicio de la reescritura de la historia-- y lo dirigió contra los enemigos, reales o ilusorios, del nuevo régimen, a la vez que proscribía celosamente chotear al nuevo caudillo o al gobierno revolucionario.

Recogerá también la risa continua entre la isla y el exilio, ejemplificada en la maestría ejemplar de Guillermo Alvarez Guedes, rey absoluto de las grabaciones que rodaron por toda Cuba durante décadas, o en cada arriesgada apuesta de los humoristas que trabajan en Cuba, siempre recibidas con júbilo en el exilio.

Incluirá el perpetuo estado de negociación a que se vieron, se ven, sometidos todos aquellos humoristas cubanos que se han atrevido con la crítica social, siquiera epidérmica: la crítica a la escasez, la carestía, la burocracia. A algún colaborador de esa historia escrita desde el futuro le tocará dirimir si de veras el choteo cubano fue un valladar contra la sovietización definitiva del país en los años de acercamiento al Kremlin. A alguno le tocará rastrear el reciente y asiduo tránsito de los humoristas cubanos hacia el exilio, donde encuentran rápido acomodo en los espacios radiales y televisivos.

Por fin, esa historia tendrá que establecer si, como sospecho, el cubano que ríe hoy ante el forastero que viaja a Cuba como quien lo hace al último reducto del totalitarismo en el hemisferio, se ríe menos de sí mismo que de la ingenuidad del visitante que busca encontrar allá la permanencia de un tópico en el trópico. A fin de cuentas, la risa no va a ser una excepción en la isla donde nada es lo que parece. Ni siquiera el choteo.

Publicado en:
www.eltonodelavoz.com
de Jorge Ferrer

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Ser culto es el único modo de ser libre. Ser bueno es el único modo de ser dichoso.
J. Martí

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