domingo, 21 de febrero de 2010

En recuerdo a Eduardo Robreño (III)


"Esquinas de La Habana": Las esquinas del Prado
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*De "Esquinas de La Habana"
Por Eduardo Robreño
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LAS ESQUINAS DEL PRADO

La alameda de Extramuros que, como su nombre indica, estaba situada más allá del cinturón amurallado en que se encontraba la capital, comenzó a construirse bajo el mando insular del marqués de La Torre, y sus sucesores, hasta Ricafort, la fueron mejorando considerablemente. Durante el gobierno del general Valdés tomó el nombre de alameda de Isabel II, en honor de la reina que nos desgobernaba y ya en la época republicana, por acuerdo de nuestro Ayuntamiento, recibió el nombre de paseo de Martí.

A pesar de todos estos nombres oficiales, siempre los habaneros le han conocido con el nombre de paseo del Prado, acaso por su semejanza con el que se extiende en el castizo Madrid, desde la fuente de La Cibeles, hasta la estación ferroviaria de Atocha.

Lo cierto es que desde su fundación, el lugar fue escogido como favorito entre los vecinos, que acudían a pie, o en los carruajes de entonces, teniéndolo como sitio de expansión y recreo. Larga es la historia de tan céntrico paseo y resulta imposible, dentro del marco reducido de estas estampas, referirnos en forma minuciosa a él. Solamente nos referimos a sus principales esquinas, así como a algunos hechos ocurridos en sus alrededores.

Hasta donde mi memoria alcanza, recuerdo la glorieta situada en el comienzo de esta avenida, con su retreta semanal ejecutada por la Banda del Estado Mayor del Ejército. Desde este sitio se hicieron nuestras primeras audiciones radiales.

La esquina de Malecón y Prado fue asiento del Hotel Miramar y más tarde funcionó el Miramar Garden, centro de reunión de la juventud bailadora de la época y lugar donde se celebraron movidas peleas de boxeo.

En la esquina de Cárcel se estableció la agencia de automóviles Packard y Cunningham, que administraba Juan Ulloa y en los altos abrió sus puertas el primero de abril de 1940, lo que fue RHC Cadena Azul, del magnate cigarrero Amado Trinidad.

En la de Genios, llamada así por la Fuente de los Genios que estuvo instalada en la intersección de esas calles, había un espacioso caserón de tres pisos, donde funcionaron por décadas los Juzgados de Instrucción y Primera Instancia de La Habana. Prado 15 fue tan conocido entre el elemento “del bronce”, como su vecina residencia Prado 1, asiento de la Cárcel y Presidio.

En este paseo imaginativo que del Prado estamos dando, la siguiente esquina es la de Refugio. Todavía puede observarse en esta esquina una regia mansión de sólida construcción que allí edificó Frank Steinhart, sargento americano cuando la ocupación yanqui de 1899 y a los pocos años magnate del transporte por una concesión caprichosa. Fue el primer sargento que rápidamente hizo ascendente carrera en Cuba.

Prado y Colón fue sitio preferido de nuestra burguesía, que acudía a presenciar los estrenos de las cintas cinematográficas que se pasaban en la pantalla de Fausto, simpático cine de madera, y en donde Francesca Bertini utilizaba dos rollos de celuloide para desmayarse agarrada a una cortina.

En la esquina de Trocadero, el general José Miguel Gómez construyó una residencia después de haber pasado por la Presidencia de la República, y la maledicencia pública asoció el lugar, a la lotería, el canje de Arsenal por Villanueva y demás cosillas que ocurrieron durante el mandato del hombre que se “bañaba y salpicaba”.

En la de Ánimas estuvo el Colegio del “señor Mendive”, el cual asistió en su infancia nuestro Apóstol y frente al mismo funcionó un cine al aire libre llamado Maxim.

En la de Virtudes tuvo su asiento el café El Pueblo, colindante a los periódicos La Noche y La Nación. Frente a ellos el hotel Jerezano, en cuya acera cayó ajusticiado el 12 de agosto de 1933, Antonio Jiménez, jefe de la “porra” machadista.

La esquina final de este paseo (la de Neptuno) la ocupó en época colonial el célebre “bodegón de Alonso”, propiedad de los Álvarez de la Campa, padre y tío del estudiante mártir del 71.

Derribado el bodegón, fue construido el amplio edificio de tres pisos y Las Columnas fue establecimiento que hizo famosa la esquina, cuya vigencia no habría de sucumbir, pues en los altos se daban unos tremendísimos bailes y en sus salones nació el rítmico cha–cha–cha.

En este paseo del Prado se han escenificado también algunos sonados “hechos de sangre”, como los calificaba antaño la crónica policíaca. Al del porrista anteriormente señalado, debemos agregar el duelo irregular a tiros entre los legisladores Quiñones y Collado, en el que perdió la vida el primero.

Pero de todos estos hechos, los que seguramente algún viejo vecino de la capital recordará, son los llamados “sucesos del Prado”, ocurridos en la tarde del 9 de julio de 1913.

Sucedió que el entonces Jefe de la Policía, Armando Riva, el general más joven de nuestra guerra emancipadora, dispuso la supresión del juego y el cierre de todos los garitos que funcionaban en La Habana. La medida lesionó intereses de algunos politiqueros, y al pedirle estos explicaciones y negárselas el bravo general, dispararon sus armas contra él, dejándolo sin vida, sin respetar siquiera la presencia de sus dos pequeños hijos, que lo acompañaban.

Aunque los autores fueron condenados, una amnistía los libró del castigo y salió a relucir el “aquí no ha pasado nada y entre cubanos no vamos a andar con boberías”.

En este paseo han existido y aún existen otros lugares que también tienen su historia, pero por no estar “esquinados” no hacemos mención de ellos.

Queden estas viñetas de la avenida que se extiende hasta la misma boca del Morro, hasta el lugar en que según el compositor Jorrín, “iba una chiquita, que todos los hombres la querían conquistar”… y que después sería… “¡la engañadora!”

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